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josé Ignacio / Rufino

¡Bote! ¡Gracias!

PEDRO Solbes fue un ministro de Economía de Zapatero. Tenía un cartel de gran economista (también lo tuvo Rodrigo Rato, licenciado en Derecho que -qué habilidad- se doctoró en Economía siendo ministro; a la postre, un desastroso político y gestor). En la calma chicha previa a la acometida de la crisis, en 2007, Solbes nos regaló una de las más valiosas perlas micro y macroeconómicas de nuestra política contemporánea al soltar aquello de "Los españoles no hemos interiorizado el valor del euro, que son 166 pesetas (…) por eso damos propinas desproporcionadas, lo cual crea un diferencial de inflación con respecto a otros países". Si no lo creen, busquen en internet. Le faltó decir que se creaba una economía sumergida que amenazaba a los presupuestos públicos y la Seguridad Social (no queremos dar ideas, pero Montoro no hubiera perdido esa oportunidad para aplicar su jeringuilla de fiscalizar clases medias: un ministro que lo que te bonifica por entregar un coche viejo lo recupera en buena medida al considerarlo ingreso personal es capaz de eso y de más).

Más allá del hallazgo de Solbes, la evolución de las propinas da juego en lo que llamaríamos Economía del Síntoma de Calle, esos pequeños detalles que nos hacen olernos que las cosas van mejor o peor para este o aquel. Cosas no constatadas por el INE y sus estadísticas o los think tank y sus estudios, sino por una modesta patronal de hostelería o por los propios camareros del restaurante que usted frecuenta. Según afirman los que están pegados al terreno, las propinas en nuestro país crecen notablemente. Según una patronal, se multiplican por seis: donde el bote recibía hace pocos años en un restaurante medio 50 euros al mes, ahora recibe 300.

La tipología de clientes es variopinta, a pesar de los términos medios. Todos conocemos a alguno de esos que dejan el cobre de 5 céntimos en el platillo con un aire de magnanimidad, filantropía y desprendimiento propios de una persona espléndida. Y también a esos que meterían el reloj en un charco por sacar una moneda de 20 céntimos, alegando austeridad y estricta educación cuando son agarrados cual peleas de monos pequeños. Pero parece que nos vamos estirando, y eso es bueno, sobre todo para los escuálidos sueldos del personal hostelero. (Y, ya en economistas, digamos que si -Solbes dixit- esto crea inflación, bienvenida sea: un poco de inflación es buena ahora, y más para los países muy endeudados, como el nuestro. ¡Bote! ¡Gracias!)

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