Acción de gracias

Brendan

Fraser defendía la otra noche un nuevo modelo de belleza: la de los individuos sin miedo a mostrar su vulnerabilidad

Aún no se sabe si el intérprete estará nominado al Oscar -el próximo martes se desvelará la incógnita-, pero una de las imágenes que perdurarán de esta temporada de premios es la de un Brendan Fraser tembloroso y conmocionado, el pasado domingo, mientras recogía el galardón al mejor actor en los Critics Choice Awards. El protagonista de la saga de La momia, de Crash o George de la jungla, lejanos ya aquellos éxitos de taquilla, venía, dijo entonces al auditorio, de una travesía por el desierto, pero, comentó, "debí haber dejado un sendero de miguitas de pan" para que Darren Aronofsky saliera a su encuentro y le ofreciera con The Whale el papel que ahora le da la gloria, el de un profesor con obesidad mórbida que busca la redención y la reconciliación con su hija. El triunfo en aquella ceremonia de ese hombre tenía un importante simbolismo: Fraser había sido arrinconado por una industria en la que prácticamente sólo tienen cabida los cuerpos esbeltos y musculados, y que degradó a la estrella en cuanto su físico cambió al rango de los juguetes rotos. Tampoco Hollywood había sido muy generoso con él en los buenos tiempos, ofreciéndole personajes tontorrones, sin dimensión alguna, y tratándolo, literalmente, como un trozo de carne: años después de que aquello ocurriera, el actor denunció por tocamientos al ex presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA), Philip Berk, motivo por el que no fue a los últimos Globos de Oro y que debió influir para que el palmarés de esos premios se decantara por la interpretación de Austin Butler en Elvis antes que por la suya.

En los Critics Choice, Fraser se mostró como un tipo herido que había logrado recomponerse y quiso enviar un mensaje a quienes sufrían una depresión como la que él había atravesado. "Si, como mi personaje, luchas contra la obesidad o sientes que estás en un mar oscuro, quiero que sepas que si tienes la fuerza de levantarte e ir hacia la luz te pasarán cosas buenas", dijo. Aquel hombre lloroso -mantuvo las lágrimas hasta más tarde, ante la prensa, cuando admitió que aún se estaba "acostumbrando" al reconocimiento- demostraba entonces que los tipos valientes no son los aventureros intrépidos a los que encarnaba al principio de su carrera, sino quienes se enfrentan al doloroso magma de sus emociones. Era difícil reconocer al jardinero fornido y joven de Dioses y monstruos, al que observaba con fascinación un James Whale con las facciones de Ian McKellen, pero Fraser defendía esa noche otro modelo de belleza: la de los individuos auténticos, dañados por el peso de la vida, que no tienen miedo de compartir su vulnerabilidad y extienden su mano, y les recuerdan que no están solos, a quienes se creen perdidos en una noche oscura.

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