DERBI En directo, el Betis-Sevilla

El Cachorro y el cambio climático

Ver llover va camino de convertirse en una experiencia religiosa, como en la ignorante noche de los tiempos

Sonará a danza arcaica. Pero el día que llueva lo celebraremos con una buena mojada en plena calle. Miraremos al bendito y encabronado cielo, extenderemos hacia arriba los brazos en ofrenda, como si todo fuera parte de una película de halo panteísta del admirado y denostado Terrence Malick. Sentiremos que la lluvia nos empapa, empezando por la piel, que es lo más profundo que existe de Paul Valéry en adelante. Será todo como un ejercicio de éxtasis colectivo. Igual que en los bautismos masivos de los testigos de Jehová en el estadio de la Cartuja.

La ciencia impone su autoridad sobre el cambio climático. Pero ver llover va camino de convertirse en una experiencia religiosa, como en la ignorante noche de los tiempos. Para los nahuas el dios de la lluvia se llamaba Tláloc y para los mayas era Chaac. Hace ya semana y media que salió la Virgen de las Aguas de El Museo, pero tras su rastro de tul y terciopelo azul de Lyon no ha caído ni una gota. Entre los chistes locales se evidencia la verdad incontestable del cambio climático: el Cachorro ha podido salir tres veces este mismo año.

Si no me equivoco, la última vez que llovió en Sevilla fue el 8 de febrero, a eso de las 19:10 horas. Tal precisión jocosa me recuerda a Winston Churchill, cuando dijo que Jordania es algo que se le ocurrió de jovenzuelo un día de 1921, a eso de las cinco de la tarde, mientras inventaba sus hechuras. Recordemos el titular de este periódico de diciembre pasado: "Sevilla, la capital de provincia donde más llovió de España el 14 de diciembre". De la borrasca aquella -Efraín se llamaba- no quedan ya ni sus babas. El campo tiene sed y amarillea a la vista bajo una solana como de junio. Si no llueve de aquí a dos meses Sevilla sufrirá cortes de agua (Emasesa mantiene la calma tensa, pero Aljarafesa ya apunta al racionamiento del líquido de la vida).

No sólo no llueve, sino que abril discurre con un calor recio y prolongado. Para la noche del Alumbrao la Aemet apunta a que podrían caer cuatro gotas de caridad. El contrapunto feliz lo ofrece la holganza del personal, que disfruta del sol en parques y ribazos junto al río. El riego municipal aún permite ver la estampa florida y cromática de los árboles. Quienes pronto se dirijan a pie al real de la Feria podrán admirar el festín de los jardines de Murillo, la Glorieta del Cid, el Prado, el Parque de María Luisa. Entre la plétora en flor hallaremos la damisela que Ingres pintó como alegoría de la primavera. Pero la joven, en pelota picada, fue inmortalizada arrojando agua de una tinaja. Intolerable derroche.

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