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josé Antonio / carrizosa

Café para algunos

UNO de los efectos secundarios más evidentes del absurdo pulso soberanista que el nacionalismo catalán, sin rumbo y herido por la corrupción, ha decidido echarle al Estado tiene mucho que ver con Andalucía y su futuro. Se trata de la teoría que sitúa el origen de los males de hoy en el café para todos que sirvió para desarrollar el modelo autonómico a partir de la Constitución de 1978. Según los defensores de este planteamiento, Cataluña se comporta como lo hace porque su encaje en España quedó desdibujado por el igualitarismo competencial que impulsó el ministro Manuel Clavero desde el Gobierno de la UCD y que en Andalucía le sirvió al PSOE para levantar una bandera que tenían los por entonces muy activos y peligrosos, para ellos, nacionalistas de Alejandro Rojas-Marcos. Fue el triunfo del yo no voy a ser menos que nadie que nos llevó, a través del referéndum de febrero de 1980, a una autonomía de primera y que luego sirvió para igualar a todos los territorios mezclando en el mismo saco comunidades con tanta identidad cultural y social como Cataluña y Galicia con otras que sencillamente nunca habían existido ni tenían ganas de existir como Madrid o La Rioja. El País Vasco y Navarra, con ETA de por medio, fue desde el principio otra cosa y el mantenimiento de sus privilegios forales es el mayor atentado a la igualdad de los españoles que persiste hoy en día.

Nadie puede dudar a estas alturas de que, efectivamente, algo de eso hay: Cataluña se ha sentido siempre de menos en el Estado de las Autonomías y ha acumulado, gracias entre otras cosas al bombardeo de más de tres décadas de propaganda nacionalista en la escuela y en los medios de comunicación, un sentimiento de agravio y de maltrato por parte del Estado que ha desembocado en lo que ahora pasa, que sabemos cómo ha empezado pero que nadie puede adivinar cómo va a acabar.

Pero tan cierto como lo anterior es que el llamado café para todos, con sus muchos defectos, es el intento más serio que se ha hecho a lo largo del último siglo de historia de España para romper el modelo de desarrollo creado en el XIX que privilegiaba el triángulo Madrid-Barcelona-Bilbao en detrimento del sur y que es la causa primera de los males que tienen todavía hoy a Andalucía a décadas del País Vasco y Cataluña en desarrollo y nivel de vida. Otra cosa es los resultados que haya dado este proceso y si ha servido o no para acercar los niveles de desarrollo en los diferentes lugares de España, que parece que poco. Sí, en cambio, ha propiciado un sistema de solidaridad que es uno de los mayores logros de nuestra democracia y que ha funcionado con niveles aceptables de eficacia, sobre todo en las épocas de vacas gordas.

Ese intento de acercar territorios y ciudadanos es lo que amenaza con romperse con el desafío separatista lanzado por Artur Mas. Es el riesgo que vamos a correr si para encajar a Cataluña hacemos saltar por los aires el modelo territorial fijado en la Constitución de 1978. Y ahí Andalucía es de las que más tienen que perder. La propuesta lanzada por Pedro Sánchez, el bisoño y evanescente líder nacional del PSOE, es peligrosa por inconcreta y Susana Díaz debe hacerle ver que el café sólo para algunos es un lujo que no nos podemos permitir porque con las cosas de comer -y apliquen el significado más primario del verbo- no se juega.

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