La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

La Campana, excepción cultural

La Campana debe ser considerada una excepción cultural por su antigüedad y su ejemplar conservación

El concepto de excepción cultural fue creado en Francia para preservar algunos bienes y servicios culturales de la aplicación de las leyes de cumplimiento general y de las exigencias del mercado, considerándolos elementos esenciales de la identidad cultural: un patrimonio que, más allá de sus aspectos comerciales, forma parte de los valores, contenidos y formas de vida de un país, una comunidad o una ciudad. En este sentido la confitería La Campana debe ser considerada una excepción cultural no solo por su antigüedad, ya que fue creada en 1885, también por su generoso y loable esfuerzo para mantener su fachada, escaparates e interior. En esta desdichada ciudad en la que el patrimonio histórico arquitectónico y urbanístico ha sido tan maltratado como el patrimonio histórico cotidiano, la resistencia estética de La Campana es un ejemplo heroico que debe ser premiada: es el único elemento que recuerda lo que fue esa plaza sevillana antes de que se derribara el edificio de Aníbal González que albergó el Café de París, la Farmacia Central y las casas regionalistas sobre cuyos solares se construyeron bloques de pisos dignos de Los Remedios. Al igual que la papelería Ferrer, el Cronómetro o Maquedano, es también el único testigo de los comercios históricos de Sierpes.

Pero como esto es Sevilla en vez de premiarla le retiran los veladores dándole el mismo trato que a las hamburgueserías. Esta ciudad es tan constante en el desprecio hacia su patrimonio que no importan los cambios políticos. La destrozan o maltratan por igual los ayuntamientos dictatoriales y los democráticos. Una triste historia que va de los destructivos mandatos de los alcaldes franquistas a los desfiguradores y vulgarizadores de los democráticos. O lo que es lo mismo, de los derribos de la calle Imagen, San Hermenegildo o los patios de San Antonio de Padua y San Pablo en los años 50 a los de la Campana, el teatro San Fernando, el mercado de la Encarnación, las casas regionalistas de la Avenida, el interior del Coliseo España o el palacio del ducado de Arco y Osuna (Escolapios) en los 70, pasando por los del Duque, la Universidad Literaria o el palacio de los Tavera en los 60, hasta las setas de Monteseirín que, además de duplicar su presupuesto, remataron la destrucción de la Encarnación iniciada en los 50. Todo con la misma ciega indiferencia con la que se agrede a la confitería más antigua y hermosa de Sevilla.

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