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De Catalonia a McDonald's

SE han vuelto locos los políticos catalanes e imbéciles sus electores? Lo de locos me lo pregunto -no lo afirmo, faltaría más- por la deriva separatista más ridícula que se haya conocido desde que Pimlico -un barrio del centro de Londres- se proclamó independiente en la comedia Pasaporte a Pimlico. El asunto de la creación del Consejo Catalán para la Transición Nacional es puro humor inglés de los estudios Ealing. Y la declaración solemne que se leerá en la próxima sesión del Parlament, afirmando que la soberanía radica en los ciudadanos de Cataluña y por lo tanto son los catalanes quienes tienen el derecho de decidir el futuro de la comunidad, es digna de figurar en las actas del Club Pickwick o en una novela de Woodehouse. El payaseo del Partido Socialista de Cataluña, primero diciendo que se abstendría en toda consulta sobre la independencia catalana y después afirmando lo contrario, es más de Jerry Lewis: PSC calamidad, Lío en el PSC o El PSC chiflado. Loquitos que andan después de los peores resultados electorales de su historia.

Lo de la imbecilidad de los electores me lo pregunto -no lo afirmo, faltaría más- como consecuencia de lo anterior: ¿cómo votar este independentismo que, además de aldeano y desfasado, tiene toda la pinta de ser lo que el patriotismo para los canallas según Samuel Johnson? ¿Algún ciudadano catalán sensato, es decir que no vote a ERC, es capaz de oír, sin reírse, lo del Consejo Catalán para la Transición Nacional?

Se nos ha derrumbado el mito de Cataluña. De Casals a Serrat, de Pla al Boccaccio de los locos 60, de Destino al Fotogramas, de Mompou a Llach, de los quioscos de las Ramblas en los que se podían comprar libros de madrugada a Barcino Films, de Nuria Espert a Nuria Feliu, del Liceo al Molino, de Seix-Barral a Terenci Moix o de Bruguera a Planeta hemos admirado a Barcelona como una avanzadilla de Europa que se hubiera saltado los Pirineos. Pues se acabó.

¿Saben cuál es el símbolo de la derrota segura de este independentismo de opereta? El cierre de la espléndida e histórica librería Catalonia -fundada en 1924 y con 90.000 libros de fondo- para poner en su lugar una hamburguesería. El franquismo le obligó a cambiar de nombre, pasando a llamarse Casa del Libro desde 1939 hasta 1976, pero no la cerró. El consumismo y la globalización la han cerrado para convertirla en una franquicia. De Catalonia a McDonald's. Esto es lo que hay.

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