La crónica económica

Gumersindo Ruiz

Catástrofes y gobiernos

ANTE el tifón reciente en Birmania y el terremoto en China, los sentimientos van desde la compasión por la gente que sufre estas adversidades a la exigencia de que los gobiernos hagan todo lo posible para remediar la situación. Esta implicación en asuntos de otros países se justifica por vivir en una sociedad globalizada donde las relaciones son muy vivas, con la información instantánea que proporcionan las tecnologías de comunicación y la informática. La responsabilidad, pues, parece que debe estar no sólo en los propios gobiernos sino en la comunidad internacional, y en estas circunstancias es un ultraje a la humanidad la indiferencia del Gobierno de Birmania hacia su propio pueblo, en contraste con el deseo de ayuda del resto del mundo.

El tifón y la marea han arrasado y anegado el delta de la región de Irrawaddy provocando 65.000 víctimas oficiales, entre muertos y desaparecidos, y casi 100.000 según otras estimaciones. Dos semanas después de la catástrofe todavía sigue impidiéndose el acceso a la zona y la ayuda internacional por temor de los gobernantes a una intervención externa en el país.

La necesidad de proporcionar ayuda a los sobrevivientes es urgente en los primeros momentos para salvar vidas, y también para organizar la actividad económica de la que depende poder sobrevivir en el futuro. Dos millones de personas esperan una solución para la siembra del arroz, su alimentación básica, ya que según la FAO se han perdido semillas, fertilizantes, herramientas y ganado, y se necesita empezar ya las tareas de limpieza y desalinización, reparar los canales de irrigación y preparar 700.000 hectáreas de cultivos. Tal como están los precios del arroz, las consecuencias económicas del desastre son graves si no se llega a tiempo para la siembra, dentro del margen de 40 a 50 días de que se dispone.

En contraste con esta indiferencia, China se ha movilizado, con el Ejército como protagonista, para ayudar a las víctimas del terremoto que ha provocado 50.000 víctimas. Como ocurrió hace unos meses con las fuertes tormentas de nieve, la respuesta, tanto nacional como extranjera, incluyendo las compañías multinacionales con intereses en China, ha sido rápida y organizada.

Un libro reciente de Nicholas Shrady nos trae una reflexión sobre el terremoto, maremoto e incendio de Lisboa en 1755, que fue una de las catástrofes más grandes de la historia, ya que en un par de horas desapareció por completo una de las más importantes capitales europeas. Sin embargo, algunos dirigentes como el Marqués de Pombal se enfrentaron con voluntad a la desgracia, primero organizando la situación, y luego en la reconstrucción, desarrollándose además una tecnología de construcción antiterremotos por parte de los ingenieros militares.

La justificación de los gobiernos está en la organización de la vida social del día a día, y en momentos de zozobra dando la respuesta que se espera. "Quizás el demonio del miedo nunca extendió tan rápida y poderosamente su terror sobre la tierra", escribió años después Goethe sobre Lisboa, pero en Birmania y otras partes del mundo el miedo permanente de los ciudadanos, más que a las catástrofes ocasionales, puede ser hacia sus propios gobernantes.

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