¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
SIZA puso ayer del revés la Escuela de Arquitectura. Sin decir ni una palabra y sin corbata. Sólo con su presencia. Más de mil personas le aplaudieron durante minutos. Jamás se vio nada igual entre un gremio tan dado a los vicios presenciales. Estudiantes y claustro poblaban los pasillos. No se podía andar. No se cabía. Sentadas en el suelo, las grandes firmas de la arquitectura sevillana esperaban, como pupilos, oír a un arquitecto que no cree en la firma y que explica su Atrio para la Alhambra en luso. Un ejemplo de humildad para quienes no suelen aceptar de buen grado transmitir a la gente del común sus hazañas. Siza ha hecho para Granada un ejercicio de naturalidad titánico: algo que parece hecho sin esfuerzo y que, en realidad, está medido, reflexionado, sopesado. Y es perfecto.
Aunque el tema era lo de menos. El auditorio lo tenía ganado de antemano, incluido el palco lateral que, igual que en los pregones (autoridadesciviles, militares y religiosas) improvisó la Escuela para la ocasión. Todos buscaban su parcela de protagonismo junto a Siza, que a todos atendía con la dulce ironía portuguesa y con esa mirada de compasión amable que nace del desencanto atlántico.
Mientras alguna de las autoridades se apresuraba a mandar a los periódicos una foto oficial de su presencia (institucional) en el acto, otros aprendían. La lección debería esculpirse en mármol. Siza proclamó que puede haber "arquitectura sin arquitectos" (muchos edificios antiguos lo confirman) y que su disciplina es una labor de equipo, no de genios. Es curioso que esta humildad tan rotunda haya hecho tan grande a Siza ante un gremio -el suyo- cuyo mayor pecado es justo el contrario. Alguno pensó en regalarle dos claveles por su primera visita a la Escuela, cuando la revolución portuguesa. "Hace 30 años los lance al auditorio en favor del cambio en España. Hoy estos dos claveles deberían ir directos a Bruselas". En la capital belga se aplican las recetas que van a condenar a Europa al colonialismo económico. "Esta dictadura (la de los mercados) es distinta: ni sabemos reconocerla ni podemos insultarla". Sabe de lo que habla. El auditorio le aplaudía sin cesar pero él -sospecho- en realidad pensaba, con la melancolía de la vieja Oporto, que acaso tenía ganas de fumarse un pitillo sin sentirse como un delincuente. Y que en unos días iba a tener que reducir su equipo de trabajo a apenas cuatro personas. La maldita crisis no ya respeta ni a los premios Pritzker.
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