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Cogiendo olas

En Sevilla no hay olas, como mucho una tenue marea en el río, pero el Gobierno andaluz ya lleva contadas tres

Hay quien sostiene que uno es de donde paga sus impuestos; otros, que donde pasó su infancia, y ahora vamos a apuntar una tercera opción: uno es de donde se confinó, donde pasó encerrado esa primavera de 2020, cuando los patos paseaban por la avenida de la Constitución, los pavos reales, por Santa Cruz, y los paseos del Guadalquivir reflejaban el cielo con la nitidez de las ciudades costeras. En Sevilla no hay olas; como mucho, en los puentes del río se nota la marea, pero las únicas tablas que se ven son de ésas que se llaman de paddle surf, cuyo sentido es una triste emulación. Como la de esquiar sobre las dunas de arena o el café descafeinado.

En Sevilla las únicas olas que se cogen son las del coronavirus, pero el Gobierno andaluz ya lleva contada tres. La de primavera, que nadie previó; la de agosto y septiembre, y esta última, lo que es todo una exageración que trata de ocultar la disonancia cognitiva. Aquí, como mucho, ha habido dos olas, porque sólo hay un valle y dos picos, y con dos picos no hay tres olas, sino un par. En las playas andaluzas del Atlántico, los surferos saben lo que son las tres marías, es una sucesión de olas que suelen acompañarse en tríos. Después llega una pequeña calma, y se repiten de nuevo otras tres olas. Pero volvamos a Sevilla, donde ya han comenzado a colocar las luces de Navidad.

Un médico del servicio de Salud Pública me explica el equívoco del siguiente modo: la segunda ola ya ha comenzado a golpear al Macarena y al Virgen del Rocío, donde terminará por haber tantos pacientes ingresados como en marzo, pero sin la angustia de las faltas de equipo de protección y sin gerentes que prohíban utilizar mascarillas a los sanitarios. Después de surfear durante unas semanas, con más miedo a matar a la hostelería que a un morlaco de Zahariche, el Gobierno andaluz, el central y todos los demás están intentando confinamientos sin encierros domiciliarios hasta que la curva de los excesos veraniegos se doblegue. Y ocurrirá, en diciembre o antes.

Y, después, en marzo y abril podrá llegar la verdadera tercera ola, que será menos grave porque tendrá que sortear a los inmunes por contagio y a los vacunados que haya hasta el momento; pero sí, esto será como lo de las tres marías.

Los álamos nominadores de la Alameda brotaron en primavera, cuando estábamos encerrados, y ya comienzan a amarillear en estos días de octubre en los que se mezclan el alumbrado navideño con unas moscas negras que zumban como si llevasen dentro todos los males del Nilo. Sólo se me ocurre aconsejar aquello de Paquirri: doctor, haga lo que tenga que hacer.

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