MERCEDES DE PABLOS

Periodista

Collantes de Terán

Fue el rostro amigo al que se asió Rafael Valencia, la última persona que se llevó en su retina

Hay personas tan discretas que más que su presencia lo que clama es su ausencia, porque, como el aire, sólo parecen indispensables cuando faltan. Hace no muchos días nos dejó, cruelmente y sin aviso previo, un profesor e intelectual muy querido, Rafael Valencia, catedrático y persona comprometida con la cultura y el patrimonio de Sevilla. Desde este diario se le ha recordado tan justa como emocionadamente, así que no hago sino sumarme a la simpatía radical que provocaba su bonhomía y al hueco que como ciudad, o sea sociedad, nos deja.

Pero a Rafael, y ese hecho me dejó conmovida y pensativa a un tiempo, le acompañaba en ese trágico momento que vio venir la muerte, como un rayo, un personaje del que poco se habla porque poco se deja: Antonio Collantes de Terán, compañero en la Real Academia de las Buenas Letras de Rafael, amigo y quien le sostuvo las manos y el alma mientras esperaban al 061. Y es de Collantes de quien quisiera hablar hoy, precisamente porque se deja poco, precisamente porque huye de los focos y de los elogios y bullas, precisamente porque necesitamos tantos Collantes en nuestras vidas presentes, pasadas y futuras. De alguna manera me alivia que fuera Antonio el rostro amigo al que se asió Rafael, la última persona que se llevó en su retina. La escalofriante puñalada que nos ha dado la pandemia ha dejado un rastro de dolor y de ausencias y además una imagen terrible: la de tantas personas agonizando en soledad y con la única, profesional y amable sí, compañía de profesionales que, inevitablemente, los asistían envueltos en capas de protección y aspecto de viajeros espaciales. Sin una mano querida.

Collantes fue para Rafael esa mano en un momento extremo, pero es que Collantes siempre es esa mano. Su compromiso con Sevilla y su Historia es personal y es académico. Su tesis versó sobre la Sevilla Bajo-medieval y al estudio de esta ciudad, en la que nació y para la que vive en todos los sentidos, dedica su tiempo. Pero no sólo, y en esta ocasión valen el adverbio y el adjetivo, porque Collantes, lejos del profesor tapón que impide crezca la hierba tras sus pasos, es el docente solícito que apoya a quien quiera trabajar, estudiar, saber más de Sevilla. Además de su papel en la Real Academia de las Buenas Letras, Collantes dirigió el servicio de publicaciones del Ayuntamiento recuperada la democracia y continúa asesorando la edición municipal, al servicio de publicaciones de la Universidad de Sevilla y a un montón de revistas especializadas. Escribe y anima a escribir, la medida de la altura de un académico que merece el apelativo con todas las letras.

Quien esto firma fue una de sus peores pesadillas en 1983, cuando en una preciosa colección municipal, me publicó un libro, La Sevilla del balón, sobre la historia del Sevilla y del Betis. Fui la primera mujer que escribió de fútbol (sin tener idea del deporte, aunque sí de su historia). Yo era muy joven. Él fue un santo. El San Pedro que merecía tener como postrera compañía nuestro querido Rafael Valencia.

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