LOS concursantes de Top Chef dramatizan con tanta declamación y ansias las promociones publicitarias que terminamos sospechando que los realities están más troquelados y dirigidos de lo que evidenciamos, con unos participantes que se pican más que las clementinas en oferta. El más concursante de los de esta edición es Carlos, enfebrecido con su extraña hiperactividad, sus envidias y sus ínfulas de superioridad. Su imperativo hacia el alginato ya forma parte de la historia de la televisión que se olvida rápido. Esta semana estábamos aclamando su eliminación, ya les íbamos a tirar los cuchillos a la cabeza, porque no sabía hincarle el diente a la cabeza del atún. Pero, bah, el de Singapur es listo y hábil. De otra forma no habría aguantado en todos estos lunes, aunque en alguna ocasión le ha echado un rostro marmolado. El es que más personaje siempre gana en estos programas, aunque no gane al final.

Top Chef peca de estirado, de prolongado, como programa de prime time que es, con mucha guarnición para la chicha de las pruebas. Parece más una plataforma de anuncios, un escaparate de El precio justo con Chicote en el papel de Joaquín Prat y Primitivo Rojas juntos, y donde hasta son capaces de mandar hamburguesas a la M, paradoja de un programa donde se premia la buena cocina. El desafío culinario de Antena 3 tiene alma de publirreportaje y esta semana, a tocateja, tocaba darse un paseo por la Bahía de Cádiz, donde no hace falta trucar la luz para plasmar unos paisajes inmensos. Una promoción gaditana que cundió aunque, una vez más, no existe aún un canal que rotule correctamente "El Puerto de Santa María", pese a que es un topónimo castellanísimo de 1281. No hallará ni un solo medio madrileño que lo pronuncie o escriba con su artículo determinado.

Con la aparición de Ángel León se comprobó que el trío rematado por Yayo Daporta pierde por este vértice suplementarios a Chicote, siempre tan protagonista aunque se halla más comedido en esta temporada. Será por agotamiento general.