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Contradecir la partitura sin cargarse los objetivos

LAS previsiones son como la poesía, una música fugaz que la realidad revienta a menudo con golpes de timón precisamente imprevisibles. Bruselas nos prepara para el invierno con un crudo anuncio de otoño: 2011 finalizará con pena, la misma pena que impregnará los boletines económicos de 2012. El PIB europeo apenas crecerá (0,6%) en comparación con las marcas del mundo (3,5%). Y el escenario doméstico quedará manchado no por el aprobado feo de España (0,7% este año y el próximo) sino por la acongojante constatación de que ni siquiera Alemania y Francia exhibirán cacha.

Si viajas más allá y te instalas en 2013, observas los primeros signos de recuperación. Porque será entonces cuando el mercado laboral hispano reaccione mínimamente (la tasa de paro caería, según el estribillo de esta canción volátil, del 20,9% de 2012 al 20,3%); cuando el PIB (1,4%) se aproxime a ese listón del 2% sin el cual crear empleo es imposible; cuando el consumo trepe tímidamente; o cuando las exportaciones recobren parte de lo perdido por la pájara que sufrirán durante los próximos meses, un pinchazo que dejará en menos de la mitad los registros de 2011.

Esta crisis demuestra cada día la profunda imbricación de los factores que determinan el producto. Incluso el gran factor europeo, que es Alemania, ha comprendido que su salud depende de los demás. Por eso lucha, junto a los mercados, por imponer al resto la única receta oficialmente válida: austeridad por un tubo sin medidas de estímulo. O lo que es lo mismo, una obsesión enfermiza con los objetivos de reducción del déficit público (que, por cierto, se saltaba a la torera cuando las cosas no iban tan mal) que se traduce en la tutela política de todas aquellas economías acosadas y acosables. Italia es el último ejemplo.

Y España está justo detrás, en una cola parecida a un matadero industrial. Cuando Rajoy gobierne, y lo hará pronto y con mayoría absoluta, aplicará su programa en libertad condicional, es decir, jugando con la creatividad y la iniciativa sólo en la medida en que satisfaga las tareas decretadas desde la nave nodriza. Su arranque supondrá sin embargo una oportunidad porque podrá contradecir la partitura de Merkel sin mearse en los objetivos macro. Y ahí entran en juego, al fin, los estímulos de toda clase: España necesita confianza, gasto público selectivo, rebajas fiscales, consumo y empleo, pero sobre todo necesita, porque condiciona el círculo al completo, crédito, y éste es el planeta más difícil de conquistar al constatarse que la banca sufrirá (ya sufre) con las nuevas exigencias de la AEB. Además, y en un plano mucho más económico de lo que parece, el PP debería aprovechar una coyuntura que quizás no vuelva a repetirse para adelgazar el Estado autonómico y rearmonizar el no tan pequeño mercado doméstico.

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