La tribuna

León Lasa

Copenhague: perder el tiempo

SI el clima fuera un banco...-. Hace años que lo hubieran puesto a salvo. Es lo que mantienen muchos de los grupos ecologistas que hacen ruido para llamar la atención sobre la gravedad de la situación. Porque a estas alturas quedan pocas dudas sobre un par de cuestiones: que el planeta se está calentando a una velocidad desconocida, y que ese calentamiento está directamente relacionado con el dióxido de carbono que expelemos hacia la atmósfera. Hasta los científicos más incrédulos con la "letanía catastrofista", como por ejemplo Bjorn Lomborg, autor de El ecologista escéptico, aceptan que se está produciendo desde principios del siglo XX un aumento significativo de las temperaturas y una variación de las precipitaciones. En la Península, dependiendo a qué fuente se acuda, se habla de un incremento desde 1958 de alrededor de 1,4 grados y, paralelamente, de una disminución de las precipitaciones de 88 litros anuales, alrededor de un 20% menos. Y aquí en el sur, la vendimia se ha adelantado una media de once días en los últimos veinte años; algunas especies animales, como la procesionaria del pino, trepan en Sierra Nevada hasta los 2.000 metros, donde acechan a los pinos albar; y algunas aves ya no retornan a África durante el invierno. Pero eso no es nada.

¿Casandras?- Si extrapolamos el éxito que han tenido los anteriores encuentros -bien sea la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 o, más recientemente, el Protocolo de Kioto de 1997-, no debemos esperar mucho, no ya de lo que se concierte en Copenhague, sino del cumplimento de los Acuerdos de mínimos no vinculantes a los que lleguen. En la actualidad, de los dos principales emisores -China y Estados Unidos-, uno quebranta contumazmente el Protocolo de Kioto y el otro ni siquiera lo ha ratificado (lo que, en este último supuesto, parece de lo más coherente: España expulsa ahora un 55% más de CO2 que en el año 1990, y nos comprometimos en Kioto a que esas emisiones no superaran el 15%). Y una de las grandes incógnitas que nos atenaza a todos es qué puede ocurrir si los chinos (5 toneladas/cápita de CO2) o los indios (1,2 tm/cápita) alcanzan a los Estados Unidos en emisiones (20 tm/cápita). Las proyecciones más optimistas adelantan un incremento de 0,7 grados/década de las temperaturas en este siglo. Pero va a ser difícil convencer a más de la mitad de la humanidad de que le está vedado acceder al sistema de vida del que gozan unos cuantos privilegiados (nosotros, una sexta parte de la población del planeta, los que hemos provocado todo esto), aunque es el reclamo con el que se le bombardea a diario. El número de planetas Tierra necesarios para mantener esta orgía teñida de hipocresía verde, lo que se denomina "la huella humana", al ritmo del consumo español sería de cuatro (www.globalfootprintnetwork.com).

Pensamientos ilusorios.- Pensamientos complacientes. Comodidad psicológica. ¿Estamos convencidos de la magnitud del reto? ¿Dispuestos a hacer algo aunque implique un cambio radical en nuestra forma de vida? Muchos creen que no. El debate sobre la sostenibilidad ecológica, de una manera simplista, se está reduciendo al llamado calentamiento global, como si el mero tránsito a un sistema de producción (y consumo) ajeno al de las energías fósiles fuera la panacea de todos los problemas. Como si solucionado, en su caso, el asunto del CO2, el resto de los peligros desapareciera por sí solo: la explosión demográfica, que llevará al planeta a los 10.000 millones de habitantes para 2050 desde los 3.000 de los años sesenta; la progresiva deforestación de la cubierta verde, que se lleva por delante la superficie equivalente a un campo de fútbol cada dos segundos; el cerco a la biodiversidad, que pone en riesgo de extinción a especies como el tigre o el tiburón blanco; o, por no cansar, el agotamiento a medio plazo de un buen número de materia primas. Mientras sigamos haciendo buenas las tesis de Veblen, y del consumo ostentoso el eje de nuestras vidas, va a ser difícil que dejemos de acercarnos al marasmo ambiental. O mientras continuemos, anestesiados, pensando que el mero hecho de reciclar el papel o el vidrio, o utilizar bombillas de bajo consumo, o no comer carne un día a la semana, pueda compensar en términos medioambientales que haya un vehículo cada dos personas en el Primer Mundo. Y que esa sea la aspiración legítima de cualquier país asiático.

Koyaanisqatsi.- O vida fuera de equilibrio en lengua de los indios hopis. En 1982 Godfrey Reggio bautizó con este título un conmovedor documental sin más sonido que la música de Philips Glass sobre el impacto en la naturaleza de nuestro estilo de vida. Véanlo si pueden.

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