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opinión

José Ramón Moreno Y / Félix De La / Iglesia

Desviar la mirada levemente

Proponía Miralles, siguiendo a Erik Satie, que la mirada es un ejercicio que no requiere de gafas o, al menos, que uno debe ser consciente de la distorsión que los espejuelos introducen al posarse sobre nuestra nariz. La historia de la fotografía moderna se ha encargado de mostrarnos lo contrario, a través del empleo de una mirada comprometida por un aparato técnico capaz de hacernos ver aquello que permanecía evidente por oculto ante nuestros ojos desnudos: una historia de la ceguera a la sombra de una historia de la visibilidad extrema, como trasunto de la modernización.

Pero, ¿qué queda de todo esto, ahora que nuestro cuerpo asume naturalmente cualquier ejercicio de artificialización hasta ser máquina, animal o procesador, cuando los componentes de los objetos se escanean desde un código informático único, cuando lo que vemos se escala sobre una base de 10 elevado a ene?

Quedan ámbitos para el tránsito, donde las oposiciones se disuelven, se hibridan las naturalezas, se alían los contrarios, se descubren las formas y las sombras, se desvelan los tiempos confrontados o sincrónicos de los procesos en que se encauza la vida. Están a nuestro alrededor, presentes en lo cotidiano, ocultos o publicitados, tan sólo esperando que alguien los convoque, los frecuente, los nombre o los imagine, los haga imagen. Y el arte contemporáneo se ha encargado de traérnoslo ante nuestra mirada, de la mano especialmente de la fotografía, como develamiento de lo que permanece a nuestro lado oculto y que ella sabe muy bien hacer evidente por su presencia en la imagen.

En nuestra ciudad se ha abierto uno de esos ámbitos por medio de un montaje espacial de imágenes fotográficas. Allí la arquitectura y la fotografía intercambian cosas, guiños, complicidades, entendimientos, posibilidades. Allí se abren visualmente cofres semicerrados que antes sólo atisbábamos a olisquear por medio de la espacialización de la profundidad, por la consonancia de tiempos hasta ahora linealmente enganchados a la producción, por la presencia de las vidas ocultas de objetos funcionalmente diseñados para un solo uso. Se trata de la muestra de fotografías de Fernando Alda La poética del esqueleto, comisariada por Gabriel Campuzano, que permanecerá en la galería El Fotómata hasta el 27 de abril.

Llevándonos de la mano de la fotografía al interior mismo de la arquitectura, al tiempo de su materialización, cada imagen presentada nos abre el campo de posibilidades de la obra que se enuncia en su proceso de construcción. No es sólo la calidad de las imágenes -excelente en todos sus aspectos técnicos y formales- o su intencionada agrupación lo que nos subyuga; tampoco es la mediática difusión de una autoría lo que aquí y ahora interesa contar. Lo que Alda nos muestra es el instante -incompleto y lleno de plenitud- de la obra por hacer: en cada instantánea aparece lo inerte de la materia, se entrevé la potencia de un espacio apenas definido por la luz -materializada en lucernarios, reflejos, puertas entreabiertas o cielos atrapados por andamios- o las texturas de textiles u hormigones recién desencofrados, allí se convocan los elementos que permanecerán ocultos o serán retirados al finalizar su construcción; todo, en una atmósfera de tonos neutros, de penumbras ensoñadoras y expectantes, de protecciones que nos hablan del cuidado para con las cosas y los objetos encontrados.

Como enuncia Campuzano en su blog, "nos hemos propuesto registrar la propia construcción del espacio y oponer nuestra observación, y nuestras imágenes, a su efímera temporalidad. La poética del esqueleto forma parte de esa indagación sobre el espacio existencial que se orienta ahora hacia su propia construcción, ejerciendo un nuevo esfuerzo por traspasar la piel de una apariencia en la que a diario debe mantenerse".

Con ello alcanzamos a entender lo que Miralles proponía: que las cosas son vistas a izquierda o a derecha, que en ese encuentro desnudo deberíamos no tener prisas, detenernos en una mirada abierta y plena, a tientas con sus fugas, disfrutando de su fantasiosa musculatura, alejándonos del mensaje de esa coral hipócrita que nos dice que una cosa es una cosa…

Tal y como propone este caleidoscopio inconcluso de imágenes al espectador, requiriéndolo a balbucir algo sobre sus inquietantes postraciones, deslumbrándonos con su estética de la superposición y el hallazgo, biografiando la vida de los edificios, diciéndonos que lo que fue un momento de la misma quedará emparedada por otra fábrica e inquietándonos sobre si no hubiera sido mejor dejarlo así .

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