PEDRO J. Ramírez lleva cinco días apeado de la dirección de su periódico y no parece que se haya hundido el mundo. Este personaje nunca ha sido santo de mi devoción. Y desde luego que no entiendo ni comparto las loas que se han vertido hacia su figura. Cómo voy a entender que se bendiga la conducta de un ser tan ególatramente enfermizo. Tan amoral.

Si nos ceñimos a las páginas de Televisión del diario que hasta el domingo dirigió el susodicho, ahí quedan las huellas de su egolatría jornada a jornada, mes a mes, y año a año. La sección de Televisión y Radio, llegado un punto, amplió sus contenidos y pasó a denominarse Comunicación (nada de particular, otros medios hicieron lo mismo). Sirvieron para acoger eventos relacionados con el grupo mediático. Lo que no sería relevante de no ser por la desmesura y la megalomanía de su director. Las páginas de Comunicación (Televisión y Radio) de su periódico estuvieron a su servicio. Publicando sin ningún recato sus conferencias, sus jornadas, sus cócteles, su vida social. Podemos asumir las dobles páginas con los datos del EGM cantando las victorias de su cabecera. Así obran otros, aunque de forma menos exagerada. Pero no podemos consentir que de las treinta ediciones que publica el diario en un mes, la sección de Comunicación, Televisión y Radio quedase reducida más de la mitad de las jornadas a publirreportajes acerca de las bondades de los conferencias impartidas por Ramírez, a los maravillosos premios concedidos o recibidos por él, a su Orbyt, a sus maravillosos cursos de inglés. Lo peor no es la mala praxis periodística ejercida por el ex director de El Mundo, que debería dar para varias tesis. Lo peor es que él, en su nube, nunca fue consciente de ello.

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