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VEO una foto de Mariano Rajoy jugando al dominó con unos jubilados. Y el miércoles pasado lo vimos charlando tan tranquilo en la entrevista con Bertín Osborne, contándonos cosas intrascendentes de su familia y de sus hijos, igual que si siguiera jugando esa misma partida de dominó. Y por cierto, que una televisión pública exhiba cada semana, en estos tiempos de penurias, el casoplón de Bertín Osborne no me parece un hecho muy ejemplar, dicho sea de paso.

Pero volvamos a Rajoy. Y la verdad es que me imaginaba a Rajoy de otro modo: más frío, más lejano y con mucho menos sentido del humor. Incluso me pregunto cómo es posible que no haya querido intervenir más en público, sin caer en la tentación del circo continuo de los demás candidatos, por supuesto, pero al menos concediendo más entrevistas y hablando más a los ciudadanos. Porque una de las cosas que más me han llamado la atención durante estos cuatro años ha sido su silencio. Rajoy -y eso es algo que nadie le podrá negar- ha tenido que gobernar en los momentos más difíciles de la democracia, sólo superados por los primeros tiempos de la Transición que tuvo que vivir Adolfo Suárez. Pero Adolfo Suárez se dirigía continuamente a los ciudadanos, les hablaba, les pedía su confianza y a veces hasta les parecía pedir perdón. Rajoy, en cambio, ha guardado silencio. ¿Por qué?

Es cierto que es un personaje muy poco fotogénico y que no tiene el don de la oratoria ni tampoco le gusta debatir. Y también es verdad que su partido acumula tantos casos turbios que él se ha convertido en un blanco fácil para todos los ataques. Pero una situación como la que hemos soportado en estos tiempos exigía que alguien nos explicara lo que estaba pasando. Mucha gente cree que la crisis se debió a una misteriosa conjura de unos millonarios mefistofélicos, o a que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, o a que los bancos se gastaron un dinero que en realidad era de los ciudadanos. Pero todas estas razones, aunque algunas tengan su parte de razón, no bastan para explicarnos lo que ha pasado. Y Rajoy, que no es nada tonto, debería haberse dirigido a los ciudadanos para trasmitirnos alguna clase de confianza, o al menos para permitirnos albergar alguna esperanza, por diminuta que fuese. ¿Por qué no lo ha hecho? ¿Sólo porque prefería jugar al dominó? Se mire como se mire, sigo sin entenderlo.

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