SALIERON los datos de la última oleada del Estudio General de Medios (EGM), y todos los medios nacionales se lanzaron a degüello contra los datos arrojados por Radio Nacional. Hablaban de batacazo, de caída libre, de descenso generalizado. Cabeceras de todos los espectros, que ensalzaban a las emisoras de sus respectivos grupos mediáticos (El País a la SER, La Razón a Onda Cero, y así sucesivamente) coincidían en resaltar la pérdida de oyentes de las franjas matinal y vespertina de Radio Nacional. Y citaban a Juan Ramón Lucas y a Toni Garrido, comparando los datos cosechados por sus programas con las cifras que logran sus sustitutos.

No leí, sin embargo, ni una sola cifra relacionada con No es un día cualquiera. Tanto es así, que a fecha de hoy ignoro cuáles son las cifras que según el EGM ha alcanzado el programa. Aunque está claro que si ninguno las mentó en sus crónicas es que son cifras positivas. ¿Por qué, entonces, ese afán por resaltar lo negativo y no rendir cuenta de lo positivo? ¿A santo de qué esa animadversión por resaltar todos los datos que dejen en mal lugar a la radio y a la televisión pública?

Los mismos medios que abanderan la defensa de la sanidad pública, de la educación pública, parece que se alegran del desmoronamiento de la televisión y la radio públicas, cuando no contribuyen directamente con sus campañas de intoxicación informativa a que se produzca tal. Es curioso. Los medios acusan al gobierno de querer hundir la tele y la radio para privatizarla, cuando son estos medios los que no han dejado de torpedearlos durante la última década.

Pepa Fernández pilota la décimocuarta temporada de No es un día cualquiera con la profesionalidad de siempre. Es un lujo a nuestro alcance. No he leído a ningún medio nacional citar su nombre ni sus cifras.

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