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carlos / colón

Elemental, pero por hacerse

LA madurez democrática consiste, fundamentalmente, en dos cosas. La primera es reconocer el principio de error que pueda haber en mis planteamientos y el de acierto que pueda haber en los de los otros. Demonizar al otro es lo propio de las dictaduras y las democracias inmaduras. En nuestro país lo han practicado durante tantos años todas las fuerzas políticas que tres décadas de democracia no han logrado corregirnos.

La segunda prueba de madurez democrática se deriva de la primera y consiste en admitir que no hay buenos inmunes a la corrupción (los nuestros) y malos necesariamente corruptos (los otros). En España, por haber padecido una dictadura de derechas durante 40 años, este vicio tomó una forma muy determinada: la izquierda tiene un ADN honrado y democrático mientras que la derecha lo tiene corrupto y autoritario, si no totalitario. Una falacia infantiloide que sólo se explica por el prestigio adquirido por la izquierda opositora del franquismo y el descrédito de la derecha contaminada por él. De ahí que la izquierda procure por todos los medios vincular la actual derecha democrática a la franquista.

La madurez democrática exige no demonizar al otro y no creerse en posesión de la patente de la honradez. A base de sofocones hemos ido aprendiendo que hay tantos corruptos de izquierdas como de derechas. Porque la corrupción forma parte de la naturaleza humana. Todo partido que gobierne, y más cuanto más tiempo lo haga, tendrá entre sus filas a quienes utilicen los cargos públicos para enriquecerse. Lo importante es que existan controles dentro y fuera de los partidos, que sean eficaces y que actúen con independencia.

Los casos de corrupción del PSOE y UGT -el último relacionado con los 49 millones de euros, correspondientes a dos subvenciones concedidas por la Junta a la Fundación Andaluza para la Formación y el Empleo, que según la Cámara de Cuentas no tienen "justificación alguna"- son hirientes, pero también podrían ser positivos si sirvieran para que, de una vez por todas, dejemos de dividir a las fuerzas políticas en buenas y malas como si la realidad fuera un folletín. Reconocerlo no supone considerar corruptos a todos los políticos, lo que sería otra muestra de inmadurez. Simplemente hay que reconocer cuales son nuestras debilidades, admitir que se dan en todas las formaciones y actuar contundentemente contra ellas. Elemental, ya. Pero por hacerse todavía.

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