Elogio del bar Julio César

24 de julio 2010 - 01:00

SI se hizo lo que se hizo con el Gran Café de Madrid, La Española, el Gran Britz, Los Corales, La Punta del Diamante, Calvillo o el viejo Gran Almirante de frente a los juzgados, ¿qué no se hará con locales más modernos? Si se ha permitido el laredicidio que ha acabado -ante las mismas narices municipales- con uno de los más hermosos bares de Sevilla, ¿qué no se permitirá con los más jóvenes? Si no se valora el patrimonio histórico cotidiano de la ciudad, ¿cómo habrá de valorarse el que tiene un alto valor patrimonial pero aún casi no tiene historia?

Junto a los modernistas, regionalistas y racionalistas, se han perdido y se están perdiendo los más interesantes exponentes de la arquitectura y el interiorismo de bares, comercios y cines de entre los años 50 y 70 que, entre tanto disparate, también aportaron obras de interés. Ya se han perdido -entre otras muchas cosas- el cine Los Remedios de Recaséns y Espiau, el Nuevo Gran Almirante con sus decoraciones cerámicas de Santiago del Campo, la cafetería Vía Véneto de Rafael Arévalo Camacho y Juan Carlos Alonso, el hermoso interior -con la sinuosa y brillante barra metálica- del bar Los Candiles de La Florida. Y no para la cosa en lo comercial. En estos últimos años se han derribado la villa María Gloria de López Sáez y la villa Abril de Lupiañez y Arévalo, mientras lo poco que queda de una de las últimas obras de Lupiañez -el cine Florida- se pudre abandonado. El expolio de lo moderno ha sido y es tan tremendo como el de lo barroco, lo decimonónico o lo regionalista.

Lo pensaba tomando un café matinal en el bar Julio César, diseñado por el artista sevillano Enrique Ramos en 1970. Por la voluntad de sus propietarios o un milagro el bar conserva intacto su diseño original, que 40 años después de su inauguración es un hermoso catálogo de mobiliario y decoración modernos. Enrique Ramos, además de un excelente pintor, es el autor de los diseños de las zapaterías La Bota de Oro y Calzados Garrido, ambas de 1967, de Calzados Amieva en 1968 o de la remodelación de la Estación de san Bernardo en 1974. El bar Julio César debería ser conservado como muestra del mejor diseño sevillano de los años 60 y 70.

Sé que decir esto en Sevilla es como abogar por la conservación de las cabezas en su tamaño y sobre los hombros entre los jíbaros: tiempo perdido. Pero permítanme compartir con ustedes mi alegría por encontrarme con el bar Julio César tal y como salió de las manos de Enrique Ramos y expresar mi preocupación por la pérdida, "también", del patrimonio moderno -arquitectónico, comercial, industrial, decorativo- de Sevilla.

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