¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Endecha por la muerte del árbol de Santa Ana
EL trabajo del intelectual que porfía para que la realidad se parezca a su idea de la realidad suele desembocar en delirios utópicos que quedan muy bien en los libros de texto estudiados por futuras generaciones. Si es el político el que pone en práctica ese artificio de jugar con fuego para que la realidad sea una copia exacta de su idea de la realidad, esos experimentos de filantropía pueden terminar en cursi tiranía. Octavio Paz, cuando hablaba del ogro filantrópico, se refería a ese tipo de gobernantes que con tanta frecuencia se han dado en México, su país.
Aquí los cartógrafos de la política de los titulares de periódico han dibujado primero el mapa y después se han puesto a llenarlo de contenidos. Han desplegado su idea de la realidad y a continuación se han puesto manos a la obra para que la realidad sea una secuela de su alucinación. Y la realidad siempre se escapa, busca resquicios, oquedades, celosías para rebelarse contra los que quieren convertirla en un asunto de grosera copistería.
Hasta sexto de Bachiller, recibí lo que hoy se denomina enseñanza diferenciada. Y no me quedó ningún trauma por ello. Conozco casos de antiguos alumnos y antiguas alumnas que muchos años después han vuelto a verse. La repesca de las vivencias, la recuperación de ese legado, el intercambio de vidas proyectadas en múltiples direcciones, no se habría canalizado tan armónicamente en el caso de grupos mixtos. No es una afirmación científica. Es una intuición. No tengo nada contra la educación mixta (llamarla indiferenciada sería una broma del lenguaje que daría mucho juego), que es la que elegí para educar a mis tres hijos. Pero me parece fuera de lugar imponerla como la única manera razonable de enseñanza. Amenazar a quienes creen en la mal llamada enseñanza diferenciada con retirar ayudas y subvenciones es un despropósito y un abuso.
No es de recibo que se vea como anómalo -y cantera de futuros maltratadores- que un grupo de niños (o niñas) compartan aularios excluyentes y se tenga que aceptar con naturalidad impostada la hipótesis de que un niño conviva con su padre y el marido de su padre, con su madre y la novia de su madre. Para nada hay en esta exposición prejuicio contra la homosexualidad, sólo es la incredulidad que produce la facilidad con la que los que rigen los destinos públicos cambian los objetos de sus piedras de escándalo. La valentía de Obama al defender el derecho de los homosexuales a formar parte de sus Fuerzas Armadas (sólo se les pide que amen a su patria) es el modelo que el Gobierno debería utilizar para reconocer el derecho del educador a elegir un modelo u otro. Que en la tierra de Lincoln conviven sin turbulencias.
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