LA Feria es una fiesta extraordinaria cuya universalidad se la otorgan decenas de miles de sevillanos de cualquier clase, condición y barrio que nunca han leído Paris Match, Life, Vanity Fair o Harper's Bazaar ni van a ser carne de portada. Dignísima gente que viste de lo lindo una especial forma de pasarlo bien, un triunfo rotundo de la mujer sevillana o sevillanizada como feminidad sensual. Pero, a fuer de recordarle al paisanaje que la dolce vita de los años sesenta en España dio pie a que pasaran por la Feria Ava Gardner, Grace Kelly y Jacqueline Kennedy, existe en ciertos estamentos un sentimiento de frustración porque la Feria no recibe la visita pública y notoria de alguna figura de ese calibre mediático. Cuando las hay, pisan el real con discreción, sin alharacas ni corifeos, como usted y como yo. Por ejemplo, Sarkozy, antes de ser presidente y esposo de Bruni.

Por suerte, la Sevilla que no acaba de creerse que aquello fue excepcional en la historia de la fiesta, no arrastra al Ayuntamiento hacia el show mediático, y el alcalde no tira de talonario para invitar previo pago de caché a alguna estrella, como si la Feria fuera Sicab.

En aquella época de primera apertura al turismo, al rock y a la minifalda, también estuvo varios años en la Feria Brian Epstein, el mánager de Los Beatles. Se había hecho amigo de El Cordobés, iba a los toros, a las fiestas sociales en la Casa de Pilatos, y pisaba una Feria donde el pop-rock entraba en vivo y en directo en las casetas con grupos como el de Teddy Bautista, sí, quien hoy manda en la SGAE.

En la Feria de 1965, el periodista musical José Luis Álvarez se enteró, por un comentario de Alfonso Eduardo Pérez Orozco, de que Epstein estaba en Sevilla. Lo localizó en el Hotel Madrid y en aquel encuentro se fraguó la llegada de los Beatles a España para dar dos conciertos en julio de dicho año. En Madrid y Barcelona, claro, no iba a ser en aquella Sevilla donde Epstein se lo pasaba en grande pero la tenía en mente como reserva folclórica de Occidente.