La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El teleférico, el talismán perdido
El último pase
LA foto de Migueli dialogando con Xavi sobre la hierba del Camp Nou, antes del partido ante el Levante, tuvo una gran carga simbólica y no sólo para los hinchas del Barcelona. También para cualquier aficionado español. El pasado lo simbolizaba un estandarte de la furia, un Tarzán que intimidaba sólo con saltar al Pizjuán o al Villamarín con su camiseta Meyba marcando sus pectorales. En Migueli, por otra parte uno de los mejores defensas europeos de la época, se reflejaba esa España ardorosa que coleccionaba frustraciones, que salía de nuestras fronteras con honor y orgullo y que regresaba escaldada, incluso acomplejada.
Al otro lado, el cerebro de los dos grandes referentes del fútbol mundial, el Barcelona y la selección española. Xavi Hernández, el depositario de ese fútbol que cualquier aficionado soñó con jugar alguna vez. El que la pone donde el telespectador ve que hay que ponerla; como hacía Guardiola, pero en una zona más complicada, 20 metros más adelante que el que hoy entrena al Barça. Mientras aguarda si el Balón de Oro corona su extraordinario palmarés, el pelotero de Tarrasa obtuvo ayer otro reconocimiento, el de igualar a Migueli como barcelonista con más partidos oficiales (549).
Y ese honor fue de algún modo compartido por el aficionado al fútbol, sin más. Al fútbol por la belleza que contiene cuando es bien interpretado. Cualquier hincha se toma como suyos los triunfos personales de Xavi, porque todos somos un poco Xavi. Nos hubiera gustado jugar como él, hacer jugar como él y hacer disfrutar como él. Incluso el madridismo profesa su más profundo respeto al líder del gran rival, porque su visión, toque y liderazgo condujeron a La Roja a los títulos europeo y mundial y, por tanto, también ese aficionado merengue tocó la gloria gracias, en parte, a la batuta mágica de este enorme regista.
El miércoles, Xavi superará a Migueli en Bilbao. La España de hoy, la vigorosa y triunfadora, adelanta a la de ayer.
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