La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Esperanza, totalidad sin fin

Ante la Esperanza toda la vida es un instante que sabe a eternidad

Cuánto tiempo estamos con la Esperanza cuando estos días pasamos ante su imagen? Unos segundos. ¿Y cuánto duran esos segundos? Una vida. Y una vida abierta a la eternidad. Porque llevamos ante Ella la carga -tan leve, tan pesada- de toda nuestra vida vivida. Porque ponemos en sus manos, con un beso, toda la vida que nos queda por vivir. Y porque, al alzar la vista tras besarla, nos abraza la eternidad de sus ojos de los que rebosa, junto a las cinco lágrimas, su interior totalidad sin fin (présteme Juan Ramón el último verso de Eternidad, que siempre me ha evocado a la Esperanza, para decir lo que yo no lo alcanzo: "infinita primavera pura / de tu interior totalidad sin fin").

En ese beso están todos los que le hemos dado desde que nos llevaron en brazos por primera vez ante Ella, todos los que le dieron quienes allí nos llevaron y hoy nos contemplan desde las ventanas de eternidad de sus ojos; todos los que le darán los niños y niñas que ahora nosotros llevamos en brazos. Ante la Esperanza toda la vida es un instante que sabe a eternidad.

Algo más de una hora se tarda en llegar ante la Esperanza guardando la cola que se forma cada año entre los días de San Juan de la Cruz y la Expectación. Después se está ante Ella solo unos segundos. Pero vale la pena. Es hermoso esperar a la Esperanza. Es hermoso sentir como nuestro corazón acompasa su latido al de los corazones hermanos estos desconocidos que avanzan con nosotros. Sucede en el besamanos de la Esperanza lo mismo que cuando la vemos en su paso. No importa cuánto tarde ni, aunque tanto se agradece que una arriá nos la deje más minutos, el tiempo que esté ante nosotros. Esperarla esa ya una forma de verla. La emoción se tensa en la espera. Aparecen a lo lejos los ciriales: "¡ya está ahí, ya llega!". Después se aparece, milagrosamente reconocible su rostro por lejos que esté, y viene a nosotros como estos días vamos a Ella cuando la cola avanza y pasamos del atrio a la Basílica. Hasta que está ante nosotros, en su paso, como estos días estamos nosotros ante Ella, en su besamanos. Solo dos instantes. ¡Pero cuánto duran! ¡Y cuanto acompañan, todo el año, como un recuerdo que hace más alegre la alegría y más soportable la pena! Ganas daban de cantarle estos días de diciembre de Esperanza este villancico de Calderón: "Ven hermosa aurora / en quien se alivian nuestras fatigas, / ven a dorar las espigas / de los campos de Belén".

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