SIGO sin entender los criterios de los programadores de TVE. Que el lunes no emitiesen El Ministerio del tiempo a falta de cinco episodios para su conclusión fue un sinsentido. Que lo sustituyeran por un título de cine estadounidense, una tropelía. Que la mentada película se titulase El poder del dinero, mientras volvían a detener a Mario Conde, una astracanada. Pero que arrinconaran la emisión de Comando actualidad hasta la madrugada, con tal de marcarse el tanto con ese 12% de share que les dio la mentada película, esa es la peor de las bromas sufridas en toda la noche.

En El negocio de la espiritualidad, los de Comando volvieron por sus fueros, hincando el diente a un tema que habría que airear, cuestionar y analizar con lupa más a menudo. Sin perder sus señas de identidad, los de Comando, por momentos, adoptaron las formas de sus compañeros de Repor (declaraciones como la de un presidente de un colegio de médicos concedían rango de posicionamiento y compromiso a un trabajo que, además de exponer, dejó bien clara su implicación). Los 70 minutos de El negocio de la espiritualidad dieron para mucho. Hubo tiempo para presenciar ferias pintorescas sobre asuntos esotéricos, tiendas donde se practican terapias muy sospechosas cuyas cajas registradoras ya habían ingresado 1.300 euros a media jornada (todo un detalle que dejasen que las cámaras captasen incluso la recaudación), y sesiones en vivo y en directo de sanación.

Uno de los momentos más impactantes lo vivimos al adentrarnos, literalmente, en una terapia que gana adeptos por momentos, la de las constelaciones familiares. Un psicodrama en toda regla en el que a los participantes no pareció influirles en absoluto la presencia de cámaras.

Qué pena que esto se emitiera en la madrugada. Qué desperdicio.

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