T IENE que ser una sensación abrumadora saber que el mundo entero esta mirándote a los ojos, tomándote el pulso, esperando a que te caiga una lágrima, a que sonrías… y analizando qué te has puesto. Hubiera sido genial tener un Gran Hermano de la Entronización para espiar a Máxima Zorreguieta, ahora reina de Holanda, organizando los trajes para los que serían los días más intensos de su vida. Entra vértigo solo de imaginarlo.

Como en otras tantas ocasiones, la argentina no falló… del todo. Su Valentino de volantes para la cena anterior al 'día D' era de un estilo un poco pasado. Estaba guapa, por supuesto, pero podría haber estado mejor. Ahora así, se entiende el gesto: era un vestido que ya había lucido anteriormente. Un gesto, este de repetir modelito, que están poniendo en práctica muchas royals y que es de lo más acertado, pues transmite cierta contención frente al exceso de estos acontecimientos.

Al día siguiente, al salir al balcón, la reina Máxima se presentó como un regalo a los holandeses, con un traje de gran lanzada en el hombro. ¿Elegiría este detalle pensado en ese doble sentido? Si fue así, desde luego fue un éxito, aunque no por el color del traje, de un color crudo que puede resultar poco favorecedor, sino por su inmensa sonrisa, que sin duda es su mejor complemento.

Para la ceremonia de entronización, acertó, para empezar, con el color. Ese azul intenso es una apuesta a caballo ganador: sienta bien a cualquier mujer, sea rubia o morena. La capa fue, además de un toque real (si a su marido le han puesto una, no va a ser ella menos), un toque muy fashionista.

Mi favorito: el que eligió para su primer retrato oficial (en la imagen). Un traje entre burdeos y morado, de escote cerrado, parte superior ablusada, corte en la cadena y falda ligeramente entallada. Cumple el 'menos es más' y muestra una planta envidiable que la capa, el lazo y los volantes ocultaban: los holandeses tienen una reina que da gusto verla.