Por Derecho

Marín Serrano

Evocación del 'cangrejeo'

SE ha acabado el cangrejeo. Al menos, el poder civil levanta su simbólica acta de defunción. Primero serán sólo unos cruces conflictivos, pero la decisión marca una tendencia. La Semana Santa se va convirtiendo en espectáculo, separado del público por la cuarta pared de los teatros.

El cangrejeo se extendió con la expansión de los primeros ochenta. Entonces no era todavía un fenómeno incómodo y sólo en ocasiones llegaba a falta de urbanidad. A muchos les permitía multiplicar el tiempo, evitando la cada vez más tediosa espera de los pasos que exigía el creciente número de nazarenos que los acompañaban. No solían los cangrejeros molestar a las familias que aguardaban, porque no invadían su espacio ni su ángulo de visión. Hubo muy diversos tipos de cangrejeros. Los conocí altivos e insolentes, pero también discretos, vergonzantes y disimulados; éstos, tras la cámara fotográfica, aparentando desempeñar una función en el cortejo o portando la medalla corporativa, bajo el disfraz de viejo hermano que no podía procesionar. Alguno llegué a conocer que llevaba hasta seis medallas en el bolsillo interior de la americana para tales menesteres. Eran épocas de más saber estar, de respeto y comprensión y tal vez de menos bulla. Había sitio para todos.

Yo también cangrejeé. Cómo no recordar ahora esos momentos únicos, las chicotás eternas de los Panaderos subiendo la Cuesta del Bacalao o de la Virgen de las Aguas por los andenes que perdimos, el transcurso de la Virgen de la Estrella por San Pablo o aquella tarde inolvidable en que nos cautivó por primera vez la marcha La Madrugá mientras se le anochecía el rostro a la Virgen de Consolación, Madre de la Iglesia, por la Cuesta del Rosario.

Lo primero es la seguridad. No frivolizo. Es un axioma indiscutible. Un mal entendido sentido de la libertad no justifica posibles desgracias. Parece que hay que atajar el problema que demuestran las fotos cenitales y se corta por lo sano. Evacuar y aforar son las palabras. Yo sólo pido sentido común al aplicarlas. No vaya a ser que aforando y evacuando nos encontremos con que se vacían las calles evacuadas y se quedan a medio llenar las aforadas. No vaya a ser que, de tanto parecer un espectáculo, alguien proponga vender entradas para verlo.

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