FÚTBOL es fútbol, pero el negocio no es tan redondo. El gran espectáculo de masas no da para amasar dinero sin límite. Se avecina el desinflamiento de la burbuja española más resistente a los cambios de ciclo económico. La más amnistiada por gobiernos y ayuntamientos. Los clubes, con o sin sociedad anónima, llevan 30 años en fuera de juego. Los videomarcadores presupuestarios lo muestran de modo persistente. Pero casi nadie los mira mientras las televisiones fabrican con el fútbol el pan nuestro de cada día para entretener a los españolitos, financiando las deudas de los clubes a partir de contratos por los derechos de retransmisión que son imposibles de rentabilizar. Insolventes las empresas audiovisuales en su alocada competencia, insolventes los clubes que pagan faraónicos traspasos y fichas con cuentas imposibles de cuadrar, el fútbol de la próxima Liga lo seguirán jugando once contra once, será igual de atractivo, pero el achique de gastos de personal puede ser más fuerte que el catenaccio de Grecia en la Eurocopa de 2004.

El gran negocio del fútbol es la caja B. La connivente inflación de cifras en el mercado de fichajes y traspasos de los que se benefician algunos directivos, intermediarios y jugadores mediante comisiones inconfesables. Tomándole el pelo al hincha, que se cree garante de identidades y sentimientos que los presidentes se pasan por el forro de sus tinglados.

El mismo trato de favor que han obtenido históricamente los clubes, en un escandaloso ejercicio de hipocresía política que agravia a los empresarios y trabajadores de cualquier otra sociedad anónima, es el que buscan las compañías que litigan por el monopolio audiovisual del fútbol. Unidos como las dos caras de la misma moneda, harán causa común para manipular a la opinión pública y para presionar a los gobernantes. Porque, ¿cómo vamos a consentir que les bajen los salarios a futbolistas como Arzu para que ganen sólo diez veces más dinero que el presidente de la Junta?