Fausto

Goethe señaló: “Todo aquel que aspira al poder ya ha vendido su alma al diablo”

A Luis Manuel

El personaje de Fausto ha alcanzado la condición de uno de los mitos más relevantes de los tiempos modernos, desde el Renacimiento hasta nuestros días. Escritores y dramaturgos como Christopher Marlowe, Johann Wolfgang von Goethe, Thomas Mann, Paul Valery, Hector Berlioz, Charles Gounod, Fernando Pessoa y muchos otros han puesto su punto de mira en ese personaje. La fe en el conocimiento y la razón como medio para alcanzar un mundo mejor. Los hijos de la segunda mitad del siglo XX tuvimos también ese sueño. Hoy sabemos que ese avance ha tenido un precio: la terrible desigualdad de nuestra sociedad. Y como comenta Rafael Argullol en su estudio sobre la vigencia del mito en el siglo XXI, podemos decir: ¿Y quién o qué es Mefistófeles? Diversas respuestas surgen en un amplio abanico: el capitalismo consumista, o el totalitarismo de las nuevas tecnologías, o el hartazgo de los idealismos utópicos. Hubo una respuesta más sutil y misteriosa que plantea que Mefistófeles somos nosotros cuando renunciamos al conocimiento por la comodidad de la posesión.

Es el “anhelo de más”, de una tentación que nos puede elevar a un nivel superior, sea cual sea éste. El motor de esa ambición puede ser de diversa índole, proceder de diferentes lugares del alma. Además, ese anhelo es multiplicable por el amplio número de nuestras debilidades. Y, sobre todo, es un anhelo recurrente, infinito, inagotable y a menudo amnésico, pues la memoria selectiva borra los resultados anteriores. Pueden ser varios Faustos a la vez en diferentes intensidades. En el mito fáustico hay un momento clave: el pacto. Pactar para conseguir lo ambicionado, con unos pasos que lo marcan y definen. La vanidad/ambición que da paso a la tentación. El pacto en sí mismo con condiciones y plazo de tiempo. La firma del pacto. Los beneficios del mismo: la ostentación del poder y el final: el plazo del pacto termina y ya no hay vuelta atrás, para toda la eternidad. Goethe señaló: “Todo aquel que aspira al poder ya ha vendido su alma al diablo”.

En el texto original de C. Marlowe, estrenado en 1592, hay un fragmento demoledor, en el que Fausto pregunta a Mefistófeles cómo es el infierno y este le contesta: “Todo lo que no es cielo, es infierno. Esto, señalando a su alrededor, es el infierno”. Por si en algún momento lo dudamos, las noticias de todos los días nos recuerdan que el infierno ya está aquí. Qué son, sino el infierno, los campamentos de refugiados, las fronteras con muros y vallas con concertinas que mutilan y asesinan, muertes en el mar de los que buscan algo mejor, las mafias de la droga que corrompen estados, el tráfico de personas, la pederastia, la violencia contra las mujeres, las hambrunas en amplias zonas del mundo… Enseguida, nuestro individualismo, nuestro hedonismo, nos hará dudar, mirar a nuestros dirigentes y pensar qué pactos están dispuestos a firmar para conservar el poder. Pero en nuestro conformismo, ¿no hemos pactado ya para que este mundo siga siendo el infierno?

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