Julián Aguilar García

Abogado

Felicidad en El Puerto

Ángel León se ha negado a hacer lo de siempre, no ha buscado la facilidad sino lo superior

Uno de los rasgos más agradecibles en una persona es la elegancia. Recientemente, una buena amiga nos invitó a comer al cincuenta y uno por ciento de mi sociedad conyugal y a mí. Lo hizo porque, desde su elegancia, pensaba que tenía que de alguna forma retribuir el que yo le hubiera hecho lo que ella podía entender como un favor, cuando realmente era al contrario, era yo el honrado por la confianza en mí y además no había nada que reconocer porque para eso somos amigos desde hace casi milenios. Pero da igual, dejémonos de juegos florales. Lo cierto es que nos invitó en A Poniente, en El Puerto de Santa María. Y aprovechando que teníamos algunas reuniones que debían ser presenciales, para salvar las inexplicadas laminaciones de la libertad de circulación, allá que nos fuimos.

No pretendo hacer una crítica gastronómica, ni podría hacerla. Aunque he disfrutado la suerte de comer en muchos sitios, fantásticos u horribles, de los mejores y acaso de los peores del mundo, no tengo, a diferencia de uno de mis socios de despacho, ni sensibilidad ni memoria gustativa ni vocabulario específico suficientemente desarrollados como para tal intento. Si bien no estará de más decir la obviedad de que comimos extraordinariamente bien y lo pasamos fenomenal, que era el objetivo.

Creo que fue a Salvador Sostres a quien le leí que los restaurantes dan de comer, los buenos restaurantes dan bien de comer y los restaurantes excelentes dan felicidad. O algo así, que me da pereza buscar el artículo para comprobar la cita. Y además, se non é vero, é ben trovato. Pues eso, que esta amiga nos procuró un momento de felicidad hace unos días.

Ya sé que todo lo que suene a excelencia está mal visto en esta sociedad, sobre todo desde la perspectiva de sus gobernantes, a quienes les interesa la mediocridad y la dependencia de los súbditos. Es una pena. Pero en nuestra mano está no conformarnos, protestar, rebelarnos con nuestra actitud en la vida. No conozco de nada a Ángel León, el responsable de ese restaurante, pero creo que hay que darle las gracias. Se ha negado a hacer lo de siempre y como siempre, no ha buscado la facilidad sino lo superior, no ha permitido el adocenamiento sino que ha anhelado sobresalir. Y lo ha logrado.

¿Que no es barato? Seguro, como un buen coche, un buen traje o una primera edición bien cuidada de un libro conocido. Pero como no tengo lectores necios, nadie confunde aquí valor y precio (no es plagio, es homenaje). No pagas sólo la materia que comes ni el trabajo puesto en prepararlo, sino los meses de investigación y pruebas (que son gasto o inversión sin ingresos) y las varias docenas de ilusionados camareros, cocineros y sumillers que se esfuerzan por lograr tu satisfacción plena. Y, sobre todo, pagas (en nuestro caso, nos financian, mucho mejor todavía, claro) una experiencia de exigencia que te reta a serlo contigo también, de originalidad que te incita a dudar, a ser flexible, a cambiar de opiniones. Una experiencia de felicidad.

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