La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Función en San Juan de la Palma

Las hermandades, humanizando lo sagrado, hacen próximo el misterio de la comunión de los santos

Es hermoso, para quienes somos más devotos y capiroteros que capillitas, saludar en los días grandes a los hermanos que por su servicio durante años son los rostros reconocibles de nuestra hermandad con independencia de que estén o no en la junta de gobierno. Ellos, y en muchos casos sus abuelos y sus padres, estaban y están allí desde que tenemos memoria, nos dieron y nos dan año tras año la papeleta de sitio, pasaban y pasan el pañuelo besamano tras besamano, montaban y montan los pasos Cuaresma tras Cuaresma, pasaban y pasan lista de la cofradía Semana Santa tras Semana Santa, iban y van con varas y estandarte Corpus tras Corpus. Han mantenido y mantienen viva nuestra hermandad y cuidadas nuestras sagradas imágenes. Siento hacia ellos un respeto agradecido. Sus nombres son parte fundamental de la historia de la hermandad y los más mayores de entre ellos, su memoria.

Hoy, día de la Solemne Función de mi tan querido Jesús del Silencio en el Desprecio de Herodes, recuerdo los nombres y apellidos de los grandes cofrades –muchos presentes en la hermandad en sus hijos y nietos– que he visto desde niño con tanto respeto, salvaron las sagradas imágenes con peligro de sus vidas, sacaron al Señor, solo, sobre el paso del Cristo de la Salud de San Bernardo, le devolvieron paso y misterio, vivieron aquella salida de la mañana del Jueves Santo de 1945 que inmortalizó Luis Arenas en su Semana Santa en Sevilla y fueron los artífices a coronación de la Amargura, ultimando lo iniciado por quienes desde principios del siglo XX –azulejo del marqués de Benamejí, marcha de Font de Anta, palios azul y rojo de Ojeda, rigor del silencio blanco– dieron a las sagradas imágenes el universo formal que multiplicaba su unción y a la hermandad y cofradía su personalidad única.

Pero hay algo aún más hermoso: la proximidad, el hermanamiento que en los cultos solemnes y en la estación de penitencia sentimos hacia aquellos a quienes no conocemos, si acaso solo de vista al coincidir allí con ellos año tras año, pero comparten con nosotros lo más importante de nuestras vidas: la devoción a las sagradas imágenes. Las hermandades, que hacen humanos, naturales y familiares los misterios sagrados, representan así, sencilla y sensiblemente, la comunión de los santos uniendo en una misma devoción a los extraños entre sí, a los vivos con los muertos y a estos con quienes aún no han nacido

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