La tribuna

María Enriqueta Artillo

Hablamos de tópicos

DESDE la tranquilidad que da estar disfrutando de las merecidas vacaciones, desconectada sin poder desconectar, aprovecho el tiempo para reflexionar y escribir sobre algunas cuestiones que forman parte del día a día y otras que se van quedando atrás. Hay una que, en las conversaciones mundanas, surge con frecuencia y que tiene su enjundia. Soy mujer, madre y abogada, no sé si por este orden, pero lo soy. En una tertulia de café, un querido e ilustre compañero abogado me preguntó en cierta ocasión si es posible ser abogada siendo mujer y madre. Trataba de convencer a su hija de las bondades del oficio de la abogacía.

Desde la óptica masculina, con cierta ingenuidad, puede parecer que esa posibilidad es real, y que las oportunidades son las mismas sin que sean capaces de profundizar en la orgánica que ello conlleva. En líneas generales, en nuestro mundo de la abogacía el trato entre compañeros es igualitario y así lo he percibido desde años. Evidentemente, hay excepciones, pero creo que es un sector profesional donde se ha aceptado que, por encima de todo, prevalece la figura del Abogado con mayúsculas.

Desde mi perspectiva personal, me he sentido respetada por mis compañeros siempre. La pregunta realizada por este compañero puede parecer desfasada y fuera de nuestro tiempo, pero es la realidad, y aún quedan muchos años para que no nos hagamos esta tópica pregunta. Él defendía que por supuesto que sí, totalmente compatible, posible y de fácil desarrollo. Mi respuesta no fue, sin embargo, tan tajante: es compatible, pero a costa de muchos sacrificios y sinsabores diarios. No es proporcional el sacrificio que tiene que hacer cada uno dependiendo del sexo al que pertenece.

La desigualdad no está en el ejercicio de la abogacía en el sentido más puro del término. La desigualdad y la dificultad están en otras cuestiones, incluidas las del propio hogar. Lo digo y cuento por experiencia propia. Levantarse por la mañana y dejar organizada la intendencia doméstica y salir corriendo porque tienes juicio o reunión, o preparar un recurso o demanda, es tarea diaria al igual que llegar por la noche y, en vez de desconectar, volver a poner orden en el hogar.

Nuestro marco normativo, la Ley Orgánica de 3/2007, conocida como Ley de Igualdad, proclama el derecho a la igualdad y a la no discriminación por razón de sexo. Así, también se trata de impulsar en el marco de la UE la regularización y normalización de la igualdad de trato, formación y promoción profesional, condiciones de trabajo, igualdad de hombre y mujeres en el acceso a bienes y servicios y suministro. La exposición de motivos de esta ley establece que el pleno reconocimiento de la igualdad formal ante la ley, aun habiendo comportado, sin duda, un paso decisivo, ha resultado ser insuficiente, y enumera las diferentes lacras (la violencia de género, la discriminación salarial, el mayor desempleo femenino…) que están en la mente de todos.

Aun admitiendo en el plano teórico que la acción normativa resulta necesaria para combatir todas las manifestaciones aún subsistentes de discriminación, directa o indirecta, por razón de sexo, considero que el verdadero motivo ha de estar en la educación que han empezado a recibir las nuevas generaciones. De ahí, el convencimiento que ha ido enraizando en todos estos años de que no es la Ley de Igualdad la que nos hace iguales, sino que son las personas que forman la sociedad las que tienen que avanzar en la igualdad real, alejada de meras poses y de actitudes formales y políticamente correctas. La pretendida igualdad se consigue en el día a día, a base de educación desde la más tierna infancia. Incluso a pesar de esto, la sociedad sigue siendo desigual y todos contribuimos a ello.

Ninguno de mis hijos quiere ser como su madre, porque han sufrido posiblemente más de un desplante, más de una ausencia, más de un incumplimiento a pesar del esfuerzo diario por estar donde hay que estar en cada momento. Ellos han entendido que lo que hacía y cómo lo hacía era necesario. Nunca me han hecho un reproche pero sé, estoy segura de ello, que han visto un modo de vida que suponía ser más de lo que normalmente somos o debemos ser. El desgaste personal y físico ha sido y sigue siendo importante. A pesar de ello, animo a continuar y yo misma continuaré en esta senda, para que al final consigamos que deje de ser un tópico hablar de este tema en nuestras conversaciones de café.

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