DURANTE los últimos treinta años no habrá pasado uno en el que no haya disfrutado de 'El Mesías', el monumental oratorio haendeliano. En algunas ocasiones lo pudo seguir en vivo, en un auditorio. En otras, a través de la televisión, aunque fuese en las horas intempestivas en que los solían programar por navidades. Pero reconozco que hasta este domingo jamás lo había visto en una sala de exhibición cinematográfica. Cortesía de la cadena Yelmo, que inició hace un tiempo con éxito una serie de transmisiones operísticas que llegan a una docena de ciudades españoles. La mixtura del ritual tiene su aquel. La misma sala 1 de un complejo de trece en donde a las cuatro de la tarde acababa de ver 'Monstruos y alienígenas' se llenaba de otro público para convertirse en teatro. Diez minutos antes de la hora convenida, los chicos del coro del King´s College de Cambridge empezaron a tomar posiciones, enfundados en suéter rojos como de otro tiempo. Y puedo dar fe de que la actitud del público fue muy parecida a la que se siente cuando los artistas en el escenario. Con la sala en penumbra, todo fue silencio respetuoso, en espera de que el director Stephen Cleobury decidiese dar paso a los miembros de la Academia de Música Antigua. Me llamaron la atención los tiros de cámara. Tan certeros. Adelantándose siempre al solista de turno y al instrumento de turno. Como si el realizador tuviese ensayada la planificación desde la primera hasta la última de las notas. Y mira que fueron tres horas de transmisión. Pero no hubo ni un solo plano de recurso. Hasta los generales, los que retrataban la bóveda de la capilla, llegaban cuando tenían que llegar, anunciando el final de un bloque o de un pasaje significativo. Al final de todo, sobrevolándolo todo, estuvo Haendel. Ese genio.

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