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Por montera

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Hermida y el r ey

EL encuentro entre Jesús Hermida y el Rey resultó siendo calificado como un baile de cortesanos pero obligados por cierto carácter de la sociedad. La cita era histórica por dos motivos: por la disposición del Rey al conceder una entrevista y para el periodista que se consagra siendo el elegido. Ambos, por lo tanto, hubieran deseado contribuir a la ilustración de la Historia de España. Supongo que Jesús habría planeado una sencilla pero profunda conversación donde poder repreguntar en función de generosas respuestas. Esto es, que el Rey se hubiera mostrado relajado y confiado ante un hombre que busca la verdad, la sinceridad y la emoción. Me figuro que al Rey le gustaría, en algún momento de su vida, dejar plasmada su propia historia. ¿Es el Rey libre para decir lo que piensa y siente? ¿Si ambas partes aceptaron el frente a frente por qué no se consiguió el objetivo? Jesús logró otro hito para su prestigio. Dicen que la idea fue suya, muy hermidiana: el Rey cumple 75 años, yo cumplo 75 años… charlemos. Si el Rey quiso y Hermida quiso, ¿por qué no así el resultado?

Me aventuro a adivinar algo que resultaría peligroso: que la generación de la libertad, como bautizó Su Majestad a su época, se haya extinguido para dar paso a la generación de lo políticamente correcto. ¿Y por qué estamos en lo políticamente correcto? Vuelvo a arriesgarme: una parte la sociedad grita demasiado, lincha, es intolerante con lo que escucha sin madurar los mensajes. Hay quienes se muestran exánimes de que las lapidaciones derramadas por internet, de gente que insulta sin firmar sus ultrajes, sean aceptadas como fuentes de información rigurosas. Entonces: ¿para qué el Rey habría de decir su verdad? ¿Para que volvieran a lapidarlo sin meditación previa y hacer frente a otro incendiario debate público? Calculo que hubo alguien, un asesor o varios, en mi opinión equivocados, que no le permitieron al señor Hermida "charlar" con El Rey. Ambos aceptaron hacer la entrevista a pesar de todas las cortapisas. Ambos tuvieron el admirable valor de afrontar el envite, de mantener su palabra para sacar adelante el compromiso a pesar de todos los frenos existentes para cumplir ambos con su palabra. Quiero celebrar aún por ello el encuentro aunque me resultara infructuoso. Difiero de quienes piden la abdicación por actuales situaciones físicas y de aquellos que acusan de cortesano a uno de nuestros maestros de la comunicación. E, insisto en la reflexión: ¿se acabó la generación de la libertad para dar paso a la del temor a decir la verdad?

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