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Carlos Colón

Héroes del vacío

ANTES de que se enfríe el cuerpo de las navidades bajo los anuncios, carteles y bolsas de las rebajas -¡cómo se han pasado, Dios mío, si ya parece que se funden el besamanos de la Esperanza, el quinario del Señor y la novena de Pasión!- quiero hacer un homenaje a los héroes del vacío. ¿Que quiénes son? Los locutores sustitutos que se ponen ante micrófono así que llega cualquier fiesta o vacación y las figuras se van. Son los locutores de agosto, de la Nochebuena y la Nochevieja, del 25 de diciembre y el uno de enero, de los puentes largos y los festivos que caen entre semana, de la Semana Santa y otras fiestas de guardar. Porque las radios nunca toman vacaciones ni se apagan, ni tan siquiera en la madrugada, y ante ellas hay miles de oyentes para los que las fiestas no son ocasión de felicidad, sino de soledades que la radio acompaña con dignidad. Ya sé que para muchas personas mayores la televisión es como una familia virtual a la vez que un hipnotizador a domicilio. Pero pocos programas les entretienen sin ofenderlos, aunque ellos no siempre sean conscientes de la ofensa. A todo se acostumbra uno y más vale mala compañía que ninguna, pensarán algunos.

La radio, en cambio, acompaña sin ofensa; entretiene sin mal gusto; acompaña sin invadir; hace pasar las horas sin perderlas; mantiene vivo ese don mayor del ser humano que es la palabra, infinitamente superior -ya sea dicha o escrita- a la imagen. Quien dijo aquello de que una imagen vale más que mil palabras malos contertulios debía tener y pocos libros debía leer.

Gracias a estos héroes del vacío la radio no se calla ni se abandona a la música de relleno. Como en una alegoría barroca estas voces suelen pertenecer a jóvenes que están empezando y a veteranos que están al final de sus carreras. No pocos de los últimos son excelentes locutores que por avatares empresariales fueron relegados a estas esforzadas guardias de micrófono. Alguna que otra voz del recuerdo salta siempre sobre la memoria en estos días vacíos y estas noches aún más largas que la radio hace más soportables y acorta. Sea su premio, aunque ellos no lo sepan, el agradecido reconocimiento de sus antiguos oyentes, más fieles que sus empleadores.

La radio es una superviviente de la era en que se creía que los medios de comunicación serían un formidable instrumento de entretenimiento digno y de divulgación cultural. Como la televisión de los años 50 o el cine anterior a los 80. Lo singular de su caso es que ha sabido sobrevivir casi un siglo -dentro de 12 años lo cumplirá- sin perder su dignidad originaria. Cosas de la palabra, sin duda.

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