DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

Hey, Mrs. Robinson

EN Irlanda del Norte no ganan para sustos, aunque el último, por suerte, no ha resultado tan terrorífico y tiene como banda sonora la pegadiza canción de Simon & Garfunkel. Mrs. Robinson, Iris, señora del primer ministro, le ha sido infiel con un adolescente al que para colmo buscó, aprovechando su condición de bi-diputada en Stormont y en Westminster, financiación y licencias para montar un negocio. No se sabe cómo afectará este candente affaire a la inflamable situación política de Belfast, donde no conviene nada que nadie arrime focos de calor de ningún tipo. Por lo pronto, Peter Robinson ha dimitido temporalmente, y está por ver si, además de lo que tiene encima, lo apalean los electores en las urnas.

Lo más escandaloso, con todo, es que los Robinson pertenecen al Partido Unionista, ejercen de presbiterianos y se han forjado -ella más- una gran reputación como defensores de una estricta moralidad. Posaban de matrimonio modélico. Aunque ahora ella se haya arrepentido de todo, como afirma, y no me extraña, ya estamos ante otro caso de moralizador (moralizadora, aquí) desmoralizante. De eso vengo a hablar. Así que dejemos la anécdota, y vayamos con la categoría.

Ignoro si la expresión "todo sale en la nariz" nace con Pinocho o si fue aquel dicho el que inspiró a Collodi. En cualquier caso, lo que criticamos tiende a salirnos en la cara a las primeras de cambio. San Pablo, que era un lince, confesó que se vigilaba estrechamente no fuese a caer él en aquello que afeaba a los demás. Lo cual debería servir de aviso a navegantes. Nunca hay que atacar a las personas por muy equivocadas que nos parezca que estén, sino a los errores. Por caridad, claro, pero también por prudencia.

Estos casos de moralizadores desmoralizantes los termina pagando la moral, que además de cornuda, la pobre, resulta apaleada a los ojos del respetable. No debería ser, porque igual que el argumento de autoridad es el más débil de los razonamientos, la razón de desautoridad debería ser la más endeble de las objeciones. Pero el hombre es un ser social y del mismo modo que le impresiona mucho que alguien sabio y honrado sostenga tal o cual postura, le desanima descubrir que ciertos adalides de las buenas costumbres son unos hipócritas de tomo y lomo. La tentación, entonces, es apuntarse al cinismo, lo que no deja de ser una emulación de los escandalizadores.

Para no desmoralizarse conviene recordar que la moral no tiene la culpa, sino todo lo contrario. Y para no desmoralizar al prójimo, lo de san Pablo: no controlar tanto al vecino como a uno mismo, que es donde se esconde el verdadero peligro.

Tags

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios