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La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Hija de la modernidad

La Feria, que parece tan anclada en la tradición, es hija de la Sevilla moderna

La feria es la cumbre festiva de la reinvención decimonónica y sobre todo regionalista de Sevilla, un decorado espléndido en el que se representa un espectáculo actuado y disfrutado por los sevillanos. Una pura invención, algo absolutamente artificial, como bien detectó ese excepcional analista de los cambios producidos en Sevilla que fue Bécquer. Si supo ver que la Semana Santa era un "recreación" moderna de lo antiguo, no se le escapó el carácter artificial de la feria creada "de la noche a la mañana": "Sobre las ruinas de las tradiciones típicas y peculiares de Andalucía, de sus renombradas ferias, -escribe- se ha levantado la feria de Sevilla, que obedeciendo a un pensamiento ecléctico quiere reunir y armonizar lo que se va con lo que viene, la tradición con las nuevas ideas. La feria de Sevilla es muy moderna; es, propiamente dicho, una feria oficial. Creada de la noche a la mañana por la voluntad del municipio…".

Pero pronto esta feria, pese a lo reciente de su invención, sería reinventada por el regionalismo. A principios del siglo XX, como recordaba ayer, todos -arquitectos, músicos, escritores, pintores, bordadores- estaban preparados para la escenográfica reinvención regionalista. ¡Y vaya si reinventaron Sevilla, su Semana Santa y su feria entre 1900 y 1930! Desde el concurso de la casa de estilo sevillano a la Plaza de España de Aníbal González, desde la plaza de Santa Cruz a la fachada de la parroquia de Juan Talavera, desde el salón Llorens al hotel Alfonso XIII de Espiau, desde la Casa de las Moscas al Coliseo España de los Gómez Millán, desde el manto macareno de malla al de tisú pasando por el palio azul de la Amargura, el rojo de la Macarena o el de la Presentación de Juan Manuel, desde los mantos de la Virgen de las Lágrimas y la Concepción al palio del Patrocinio de Olmo. Todo mientras Turina componía, los Quintero, Izquierdo o Romero Murube escribían y García Ramos, Jiménez Aranda, Bacarisas o Rico Cejudo pintaban.

Es entonces, con la Pasarela como su primera portada de 1896 a 1921, la unificación de los farolillos y las casetas por diseño de Gustavo Bacarisas en 1919 o la primera explosión de las sevillanas en las voces, espectáculos y películas de la Niña de los Peines, Imperio Argentina o Estrellita Castro, cuando la feria alcanzó su fisonomía definitiva. Hija -ella, que parece tan anclada en la tradición- de la Sevilla moderna.

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