¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Historia de dos edificios

Torre Sevilla fue posible gracias a la contumacia de algunos (Monteseirín) y al 'laissez faire' de otros (Zoido)

La reciente muerte de César Pelli ha sido aprovechada por algunos para intentar lavar la imagen de Torre Sevilla, un edificio que fue una bofetada a la ciudad. Pelli era uno de esos arquitectos internacionales con obras que pretendían ser icónicas en los sitios más variopintos del mundo, desde México DF hasta Kuala Lumpur; un hombre que entendió perfectamente las conexiones entre poder político, dinero, espectáculo, arte y técnica, pero del que, probablemente, nunca hubiésemos oído hablar si no se le hubiese encargado la construcción de un rascacielos en el sector sur de la Isla de la Cartuja: "Una estaca en el valle del Guadalquivir", como algún entusiasta llegó a decir con mucha admiración y poca perspicacia. El resultado final fue la alteración del perfil de la ciudad y una especie de torre neoseñorial que se ve desde cualquier sitio para recordarnos a todos y a todas horas quién es el boss del siglo XXI (desde luego ya no la Iglesia y su empequeñecida Giralda). El rascacielos de Pelli era un edificio que no aportaba nada a Sevilla (ni modernidad, ni belleza, ni utilidad), muy parecido a los que se pueden encontrar no ya en cualquier ciudad del medio oeste norteamericano, sino en muchas capitales de provincia de España (Badajoz, sin ir más lejos). Aun así, se construyó contra viento y marea, malgastando un entusiasmo que se echa en falta en otras cosas mucho más urgentes e importantes para la urbe.

Los que en su día trabajamos informando sobre la polémica construcción de la Torre, que puso a Sevilla al borde de entrar en la lista negra de la Unesco (algo que se paró en los despachos diplomáticos), recordamos cómo una alianza del poder financiero y el político llegó a doblar el pulso a la opinión pública sevillana. No toda, pero la mayoría de la ciudad se oponía al proyecto. De nada sirvió. Torre Sevilla es hoy una realidad y algunos (paradójicamente, guardianes de las esencias hispalenses) se afanan en que, como las setas, pase a ser un símbolo de Sevilla.

En la misma época de la polémica de Torre Sevilla se produjo otro duro enfrentamiento por el intento de construir en el Prado la que iba a ser la Biblioteca Central de la Universidad, un bonito proyecto de Zaha Hadid que hubiese elevado aún más la calidad arquitectónica de este céntrico espacio. Los vecinos -a los que asistía el derecho- pararon el proyecto, pero nos queda la íntima convicción de que nos dieron el tocomocho: perdimos una construcción moderna y útil y nos quedamos con otra que era perfectamente prescindible y que fue posible gracias a la contumacia de algunos (Monteseirín) y al laissez faire de otros (Zoido). Una vez más, nos equivocamos.

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