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NO es José María Íñigo un hombre propenso a mostrar sus emociones públicamente. Pero el último día de junio, cuando sus compañeros de profesión le reconocieron con el premio Toda Una Vida de la Academia de Televisión, a punto estuvo de hacerlo. Por eso cortó los aplausos. Por eso tomó la palabra. "El cerebro es un órgano fantástico. Funciona desde el día que nacemos hasta el momento en que te pones delante de una cámara sin guión". Era pura retórica. Íñigo no enmudeció. Recordó a sus queridos Manu Leguineche y Jesús Picatoste, compañeros de viaje en esos primeros programas de la televisión en blanco y negro. Recordó el inicio de las carreras de tantos artistas en los programas que él condujo. Caso de Martes y Trece, que pasaron de cobrar 1.500 pesetas por gala en la sala de fiestas madrileña donde actuaban a 150.000 después de su paso por el programa. "Veía cómo los demás se hacían millonarios. A mí no me daban nada". También evocó la paradoja de contar con el 100% de la cuota de pantalla. No mentía. Cuando Directísimo acababa tarde o cuando se iniciaba Fantástico ni siquiera había señal en La 2, para los de la época ,UHF.

Íñigo aludió a su paso por Telecinco. Cómo, al saludar de buena mañana a la entrada, la conserje le respondía: "Ayer, un 22%". De su experiencia en Antena 3 recuperó su participación en un espacio de Teletienda denominado El canguro, que cortaba para tener pausas publicitarias, y que paradójicamente gozaba de una audiencia estimable. Valga el anecdotario para constatar cómo cuando sus amigos Pepa Fernández y el doctor José Ramón Pardo le entregaron el premio, Íñigo no enmudeció. Cómo iba a hacerlo un comunicador nato.

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