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josé / aguilar

Invitar al intruso

LA mitad de los niños españoles de once años ya tienen teléfono móvil. Ahí queda eso. Definitivamente arrinconada por los padres la sabia y fructífera combinación de premios y castigos como eje del proceso educativo en el ámbito familiar, ahora se trata de empachar de regalos a las criaturas, se comporten como se comporten y traigan a casa las evaluaciones que traigan. No vaya a ser que se traumaticen por tener menos cosas que sus amiguitos y piensen que sus progenitores no les quieren porque no les compran todo lo que se les antoja. Hasta ahí podíamos llegar...

En principio deberíamos congratularnos de que los chavales empiecen pronto a familiarizarse con las nuevas tecnologías, que son maravillosas: les hacen divertirse, jugar, relacionarse, comunicarse y ampliar conocimientos y los libran de convertirse en analfabetos del mundo contemporáneo. Un programa de la Unión Europea propugna que los menores dispongan de smartphone o tableta lo antes posible. Pero pone una condición: que su uso se produzca con el acompañamiento de los padres y éstos se impliquen en la formación.

Ése es el problema. Que los padres y madres entregan a sus niños estos potentes instrumentos de conexión y socialización como si fueran un regalo más. Un juguete con el que divertirse en ausencia total de la autoridad -esto de autoridad es un eufemismo-, que se limita a pagar el cacharro y su mantenimiento.

Así las cosas, el móvil, las redes sociales, el correo electrónico o el acceso a internet encuentran vía libre para desplegar todos sus efectos negativos, que los hay y son fuertes cuando se transforman en una adicción. Por ejemplo, los chicos y chicas se hacen más sedentarios, leen poco o nada y abandonan el deporte. Por ejemplo, las relaciones directas y cara a cara sufren en favor de las que se establecen navegando y dando teclazos. Por ejemplo -y ya entramos en terreno pantanoso-, la inmadurez e inocencia de los menores les llevan a la condición de víctimas propiciatorias de acosadores, pederastas y otros agresores.

Gracias a las nuevas tecnologías, el acoso entre adolescentes, que antes se reducía al horario escolar, puede continuar las veinticuatro horas del día. Gracias a las nuevas tecnologías, un crío puede entregar las llaves de su vida y de su casa a un malhechor de identidad camuflada que terminará haciéndole daño. Es horrible un intruso al que se le invita a entrar.

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