Lepanto

Cervantes, ese día, había tenido algo de fiebre, a pesar de lo cual subió a cubierta para combatir a la Sublime Puerta

06 de octubre 2021 - 01:45

Ustedes disimulen, pero mañana se cumplirán cuatro siglos y medio de la batalla de Lepanto, "la más alta ocasión que vieron los siglos", según dijo uno de sus combatientes, luego de que se le hubiera quedado tullido el brazo izquierdo. Ocho días antes, Cervantes había cumplido veinticuatro años, a bordo de la Marquesa, mientras se dirigían a la escabechina contra el turco, en socorro de Venecia. Ese mismo día, por cierto (me refiero al 29 de septiembre, día de San Miguel), había venido al mundo otro Michelle, Michelangelo Caravaggio, cuya vida y cuyas obras, ambas breves y turbulentas, no guardan similitud apenas con el más noble corazón del siglo XVI, don Miguel de Cervantes Saavedra, de profesión arcabucero.

El caso es que Cervantes, ese día, había tenido algo de fiebre, a pesar de lo cual subió a cubierta para combatir a la Sublime Puerta, bajo el mando de don Juan de Austria, cuya nave capitana, ya lo dijimos aquí, iba pintada por Villegas y Marmolejo, con motivos de Mal Lara. Sea como fuere, Cervantes recibió dos arcabuzazos que lo dejaron malherido, inaugurando así el selecto club de mancos literarios que principia en él y termina en Valle. De resultas de aquel combate naval (la Alianza de Civilizaciones no tenía entonces mucho predicamento), murieron doce mil cristianos y el doble de sarracenos, cuya derrota, como sabemos, no significó la liberación de Chipre, pero acaso sirvió para atemperar en algo la voracidad marítima del Gran Turco y el acoso de la piratería berberisca. No hasta el punto, sin embargo, de que Cervantes eludiera su cautiverio en Argel, cuatro años después, tras el abordaje de la Sol frente a las costas catalanas.

Las condiciones de un combate naval en el XVI quizá podamos adivinarlas viendo un cuadro de Tintoretto, Episodio de una batalla entre turcos y cristianos, que se halla en la galería central de El Prado. Ahí, con la excusa de figurar el rapto de Helena, Tintoretto reproduce el vértigo y el estrépito de una batalla sobre el agua, inspirada en el éxito de Lepanto, y donde las flechas y alfanjes duplican un terror, ya de por sí, mayúsculo. Según los testimonios aportados en su rescate, Cervantes luchó en lugar principal, junto al castillo de proa, hasta que resultó doblemente arcabuzado. El fruto, no obstante, de aquella ferocidad y aquel arrojo, fue la literatura más humana, la melancolía más tierna, la fantasía más noble, estremecida y cordial, que conoció su siglo.

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