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Lozanía

LA final de Gran Hermano VIP ha sido una pugna intergeneracional entre puretas y adolescentes, entre lozanistas y lauristas, las dos Españas, la que añora un pasado mejor frente a la que no quiere reconocerse en ese mismo ayer. El cincuentón Carlos Lozano, tildado de machista, galán bronquista y compadre cobista, fue tumbado en el televoto en la noche decisiva frente a Laura Matamoros. Ella donará su premio a una hermana universitaria, algo nunca visto en Gran Hermano: un botín destinado a una justificada causa personal. El voto fue, por tanto, justo.

La pipiola Laura, nueva superestrella efímera, entró en la casa con la única credencial de ser hija olvidada de un imprescindible del trastero de Mediaset, Kiko Matamoros. La vitola de VIP se la fue amasando en esta supervivencia de la casa, mientras iban y venían el pequeño Nicolás y Julián Contreras, terrores dialécticos de los lozanistas. Una cacharrería de popularidades de medio pelo, ingredientes típicos de la ensaladilla diaria de Sálvame.

Carlos Lozano, vieja gloria de aquellos primeros Operación Triunfo, exiliado de unas parrillas que no reparten demasiado juego para los presentadores arrumbados, se ha redimido profesionalmente (es un decir) en esta sobreexposición en el reality. El tipo de los hoyuelos, con esa estampa de habitante perpetuo de un pub, como si le hubiera nacido un vaso de tubo en una mano, seduce a quien se le ponga por delante. Y en nombre de esa seducción fatal Mediaset le ha puesto por delante un cheque y un seguro de vida temporal en alguno de esos formatos tróspidos de la casa. Le esperan las esposas de los granjeros de Cuatro. Las aspirantes están sentenciadas con él

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