Alto y claro

Malas noticias: seguimos estancados

LO único bueno que tienen las pésimas noticias es que, paradójicamente, inducen a la esperanza. Cuando las cosas van realmente mal es cuando más cierto parece el dicho recurrente que sostiene que una vez se ha tocado el fondo del pozo sólo resta mejorar. Esta semana las bolsas y los analistas han recibido con inusitada felicidad los datos de crecimiento económico de Francia y Alemania, que parecen abandonar -no se sabe aún si conyunturalmente o de forma sólida- la negra senda de la recesión. La noticia venía acompañada de prédicas al optimismo por parte de la Reserva Federal Norteamericana y del Banco Central Europeo. Ambos hablaban, menos crípticos que de costumbre, de "estabilización de la crisis". Esto es: no es que hayamos salido del agujero pero parece que el agua, al menos, no va a continuar subiendo por encima del cuello. Claro que esta hipótesis sólo es verosímil en el caso de los resistentes: las economías europeas más activas. España, por ahora, sigue justo donde estaba: en un territorio tan yermo como la meseta castellana, con escasos brotes verdes -la expresión, sospecho, procede de la moda zen que invade ciertas urbes globales- y con unos índices de desempleo que asustan. Tanto, que el Ejecutivo ha puesto en marcha un plan de urgencia para garantizar la paz social y extender, en ciertos supuestos, el subsidio de paro mientras el desempleo no baje del 17%. Magro consuelo. No es que la medida esté mal, pero no solventa el problema que el otro día me explicaba un parado en la cola del Inem: "Yo no quiero más subsidios, lo que quiero es volver a trabajar". Independencia y autonomía. Cierta libertad, en suma. No más limosnas. La ministra del ramo, Salgado, insiste en ver la botella medio llena. Su tesis: si la crisis empezó aquí más tarde, la recuperación tardará algo más en llegar. Paciencia, pues. Pero los agrios efectos de la depresión económica nos afectan mucho más que al resto de Occidente. Nadie consume.Todos esperamos, como en la tragicomedia de Samuel Beckett, a Godot con ansias. Nos va la vida en ello. Pero Godot puede no llegar nunca, aunque se le anuncie -como hacen los absurdos protagonistas de la obra: dos vagabundos llamados Vladimir y Estragón- todos los días. Lo que habría que preguntarse es si acaso no deberíamos pensar en salir a buscarlo de una vez. Por variar, vaya.

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