LA era Monteseirín ha acometido algunas de las transformaciones que necesita Sevilla, y que sus antecesores en la Alcaldía no hicieron. Pero su impulso modernizador, sustentado en buenos informes y estudios, naufraga en la ejecutoria, en el tránsito de la teoría a la práctica. Malea lo positivo, se excede el coste y cae antipático. Le da en bandeja argumentos a quienes están desacreditados para hablar del tema tras su miope oposición a la peatonalización de Tetuán.

El futurible del estricto control del tráfico por el casco antiguo abunda en esa forma de ejecutar mal las buenas ideas. La circulación y aparcamiento en la Sevilla histórica demanda hace décadas regulación especial. Pero no se la puede meter en el quirófano sin realizarle de modo integral la cirugía y el trasplante. Si Fran Fernández, el delegado municipal con la encomienda, compitiera en el certamen de tapas, su aportación sería la tortilla sin huevos.

Lo primero era construir miles de plazas de aparcamiento para sostener que el centro siga habitado por familias con niños y no sólo por ancianos y estudiantes de español. Lo segundo era conectar el centro histórico con los nuevos centros mediante trenes subterráneos, para despejar su laberinto de estrecheces pero sin estrangular el flujo sanguíneo de ida y vuelta que da valor añadido a toda la ciudad. Y lo tercero era implantar un sistema que acote el paso de vehículos a lo estrictamente imprescindible. Cambiar el orden de los factores sí altera en este caso el producto y la productividad de Sevilla.

El órdago carece de credibilidad cuando la Sevilla real es la de los vecinos de Sol, Enladrillada, Valle y calles aledañas. Cada semana se manifiestan para testimoniar su indignación ante el timo que sufren desde 2006. Pagaron 1.000 euros per capita para reservar las 521 plazas del parking para residentes que prometía el Ayuntamiento. Ni ha empezado la obra, ni les han reembolsado el dinero. Así es la Sevilla insostenible sin sitio ni para coches ni para el Metro.