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Eduardo / osborne

Manos sucias

LA cuenta atrás para la convocatoria de las al parecer inevitables elecciones va en paralelo a la escalada de casos de corrupción que asuela nuestra democracia, cada vez más vulnerable, con nuevos e increíbles episodios. En una semana, al serial de los papeles de Panamá se le unen como si tal cosa la detención apresurada de un alcalde, la imputación de un consejero o la puesta al descubierto de una trama de extorsión promovida por dos organizaciones sin ánimo de lucro (las entidades, no desde luego sus promotores). Mientras, en la calle, una sociedad desengañada y sin futuro mira resignada cómo unos y otros llenan sin pudor la alforja. ¿Qué le dirán a toda esta gente los políticos cuando le pidan el voto dentro de unas semanas?

En el estercolero en que se ha convertido la vida pública española, y que se ha llevado por delante buena parte de la reputación de los partidos y sus dirigentes, este asunto de la imputación de los principales dirigentes del sindicato Manos Limpias y la organización de usuarios de servicios bancarios Ausbanc representa una vuelta de tuerca más, como una pirueta sobre un fondo de lodo. La lectura del auto del juez de la Audiencia Nacional que ordena la prisión provisional de sus dos gerifaltes, pese a tratarse de una medida cautelar, constituye sin pretenderlo un relato de terror sobre los derroteros de nuestra maltrecha sociedad. A cubierto por la naturaleza altruista de sus fines, los detenidos utilizaban las quejas legítimas de sus asociados contra entidades financieras y otros procesados para posteriormente extorsionarlos y cobrar así importantes cantidades de dinero que transferían a sociedades participadas por ellos en otros países, enriqueciéndose ilícitamente.

Siendo deleznable de por sí el comportamiento, lo peor sin embargo es la carga de podredumbre que se proyecta sobre el sistema, y sobre la sociedad misma. Si resulta desmoralizador que la acusación popular en un procedimiento penal, o la voz de todos como perjudicados por un delito público, pueda ser utilizada para fines tan espurios, no lo es menos el que personas afectadas por estas acciones delictivas las hayan consentido y hasta retribuido durante tanto tiempo. ¿Qué se puede esperar de una sociedad así? ¿A quién confiamos la defensa de nuestros intereses colectivos? Todo lo que no sea enfrentarse de verdad a estas preguntas es pregonar la regeneración en vano.

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