La aldaba
Carlos Navarro Antolín
El desgarro de la muerte en el Parlamento de Andalucía
El acólito se acerca al ministro Marlaska con el hisopo en una mano y el acetre en la otra para que todo esté listo para el funeral político del magistrado. A punto estamos de que un oficiante con cara de Pedro Sánchez pronuncie eso del brille para este buen hombre la luz perpetua y que se vuelva al despacho donde hay un perchero para la toga con puñetas. Solo resta saber cuánto tiempo se puede luchar contra la evidencia. Parece mentira en quien ha encarnado un poder del Estado y se ha guiado por esas verdades comprobadas que son los “hechos probados”. Marlaska sacrifica su prestigio en el altar de la política. No es el primero ni será el último. Un día, como le ocurrió a otros, oyó los cantos de sirena y se dejó embaucar. Lo dejó todo. Y lo está perdiendo todo. Poco, muy poco, se destaca lo más importante: los cientos de seres humanos que cíclicamente son víctimas de la desesperación y son azuzados a saltar la valla. El verdadero drama está ahí y no en el enésimo político que se enroca, se empecina, se niega a aceptar la realidad y se atornilla al sillón.
Desde Franco a Pedro Sánchez, todos han sufrido la presión de Marruecos, el país que sabe percibir nuestras debilidades como ninguno. Largarán a Marlaska, porque así está decidido, y Marruecos continuará ahí. Nadie en su sano juicio se somete a unas elecciones con un ministro como Marlaska a su lado. El magistrado ha dejado de ser una compañía recomendable. Está achicharrado. Muy atrás quedan sus logros en la lucha contra el narcotráfico en la provincia de Cádiz. No hay memoria para lo malo, pero tampoco para lo bueno. Con las luces de Navidad encendidas y el Mundial entrando en sus días más intenso, Marlaska tiene difícil comerse los mantecados en el palacete de la Castellana, donde huele a podrido. La política ofrece alegrías que duran un cuarto de hora. Y es admirable que siempre haya quienes estén dispuestos a darlo todo por esos quince minutos. Pareciera que el mismísimo juez no tuviera clara la diferencia entre responsabilidad y culpabilidad. Y se niega a asumir la primera.
Si alcanza la cuesta de enero, pesará sobre sí la amenaza de una comisión de investigación que el PP, de momento, mantiene bloqueada pero para la que, quizás entonces, se encienda la luz verde. Mejor aprovechar una remodelación del gabinete y soltar la cartera en una bulla, mucho mejor si ocurre mientras suenan los villancicos. Siempre podrá escribir un libro, dictar sentencias y recuperar el prestigio perdido. El oficiante se está poniendo la estola.
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