La ciudad y los días

carlos / colón

Maureen Ada Otuya

UNA mujer nigeriana y otra colombiana son asesinadas en Bilbao por un tipo que decía ser un monje guerrero shaolín. España, China, Colombia y Nigeria unidas en una trágica danza de la muerte multicultural. La xenofobia que predica el odio al extranjero y quiere cerrar los países es odiosa. Pero esa filantropía que pretende abrir las puertas para desentenderse después de los destinos de quienes llegan para ser explotados laboral o sexualmente es igualmente odiosa. Abrir las puertas a todos los desdichados que, tantas veces arriesgando sus vidas, huyen de una miseria frente a la que nuestra crisis es opulencia, exige ofrecerles algo más que vender clínex en los semáforos, aceptar trabajos esclavos o ejercer la prostitución.

Exige compartir con ellos nuestros recursos para que puedan disfrutar de los derechos constitucionales -trabajo, vivienda, educación, sanidad- que corresponden a todo aquel que viva con nosotros; regularizar su situación sin límites o restricciones; acabar con los guetos en los que los marginados nacionales mal conviven con los inmigrantes en condiciones tan difíciles que provocan enfrentamientos entre ellos; poner en marcha (lo que significa planear, financiar y ejecutar) políticas eficaces de integración que ayuden a los nacidos en España a convivir con los inmigrantes y a éstos aceptar nuestras normas de convivencia. Exige, en definitiva, esfuerzo, imaginación, voluntad… Y dinero. Mucho dinero que no estamos dispuestos a compartir vía impuestos con destino social.

Si hasta los países que más activas políticas de integración han desarrollado desde hace años están teniendo graves problemas, ¿qué podrá pasar en nuestra imprevisora España? En 2005 y 2007 ardieron los guetos de París. En 2011 ardió Londres. El mes pasado ardía la periferia de Estocolmo. Abrir las puertas es un gesto que tiene consecuencias y exige solidaridad, porque todos nos hacemos responsables de los inmigrantes que acogemos. Mirar hacia otro lado para cultivar esa hipócrita filantropía sin solidaridad supone condenar los inmigrantes a una marginación que se suma a la nuestra; y echar leña al fuego de la creciente xenofobia y la extrema derecha.

Maureen Ada Otuya murió ayer tras ser torturada. La víctima colombiana ni tan siquiera tiene nombre de momento. Mañana nadie se acordará de ellas. Las puertas que se les abrieron fueron las de la prostitución y la muerte.

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