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Cuarto de Muestras

Muchedumbre

Parar el mundo no sirve para retratarlo. El mundo es movimiento y vida. Sólo podemos reconocernos en los demás

La muchedumbre tiene mala prensa. Se tiene por masa incontrolable entregada a sus propios instintos o, peor aún, que actúa ciegamente al menor estímulo. Creemos que somos mejores en nuestra individualidad que en multitud. Que en aglomeración somos gentío, tropel, plebe que no piensa, que se arrastra. La soledad escogida, por el contrario, nos seduce, nos hace creernos distintos mientras miramos con desconfianza a la multitud como si fuera tóxica y nos deshiciera.

Bastó encerrarnos durante un tiempo para que todos esos tópicos me dieran la vuelta. Contribuyó en gran medida la gente que en la soledad de su casa se puso a retratar ese tiempo tan raro de la pandemia como un desahogo, una terapia estéril porque poco bueno puede nacer de algo que es antinatural, máxime si no le damos la más mínima distancia temporal y emocional. Desde entonces he dejado de mirar con tanto desdén a los hinchas de fútbol o a los fans en los conciertos. Sé bien que la pasión es más fuerte y se disfruta más si es compartida.

Y es que, lo hemos visto, parar el mundo no sirve para retratarlo. El mundo es movimiento y vida. Sólo podemos conocernos y reconocernos en los demás. Quizás por eso me guste tanto mirar a la gente en un museo, en un teatro o en un parque, mirar a los que miran para verme yo. Ponerme a leer en un banco de la calle porque la gente pasa y veo y escucho. La lectura adquiere, así, de ese modo, una especie de movimiento acompasado entre lo que ocurre en el libro y lo que de verdad transcurre. Ficción y realidad se meten dentro con una significación distinta y superior que, más que distraerme, se atraen haciendo a la literatura más real y a la realidad más literaria.

Llega Semana Santa y con ella su propia y particular muchedumbre. Su carnalidad expuesta, su trascendencia hecha exhibición pública, su goce y su desconcierto. Sus cortejos en el desorden de un gentío que mira extasiado el dolor que redimió al mundo. La embriaguez de su extraña comunión con la primavera. El confuso encanto de la multitud que convierte cualquier calle de cualquier pueblo, en un cielo plagado de almas y a los pasos en estrellas rutilantes y fugaces que nos hacen vislumbrar que sólo hay vida si hay pasión. Que hay un mensaje compartido e invisible que sigue conquistando el mundo, el único que nos salva, el del Amor.

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