Aun a sabiendas de que escribir en este tono puede acarrearme una lluvia de epítetos, descalificaciones, demás parientes y afectos del autodenominado periodismo independiente, quiero resaltar que la llegada de Nabil Fekir es una de las cumbres del mercado futbolero de este verano. Cuando se desveló el interés del Betis por este campeón del mundo, las chanzas de los de siempre se volcaron de forma inmisericorde sobre el mensajero.

Y es que cada vez que se abre un asunto para el optimismo del bético, los ladridos se multiplican de forma espectacular. Bueno, ya está Fekir bajo órbita verde, blanca y verde del por siempre y para siempre Real Betis Balompié. En vista de cómo están las cosas he de insistir en que ningún Betis de cuantos conocí, que fueron muchos por razones de imparable e implacable calendario, estuvo más organizado que éste que camina de la mano de dos empresarios emergentes.

Emergentes y entregados a la causa bética con una generosidad que en el fútbol parece en desuso. Atacados en cada movimiento que hacían, especialmente por haber orillado al anterior director deportivo, las horas y los días están demostrando que los movimientos en falso cada vez son más infrecuentes en la vida del club. Y el fichaje de un futbolista de la dimensión de Fekir es una muestra elocuente de cómo ser hombre de fútbol no tiene por qué ser determinante en este fútbol tan global.

Sólo gol es lo que falta para que el guiso sepa en condiciones. Sabemos que no es poco, pero los dirigentes del Betis merecen un voto de confianza en la convicción de que esa asignatura pendiente se aprobará sin necesidad de ir a septiembre. Muchas fueron las risas que provocó la antesala de la noticia de que Nabil Fekir, campeón del mundo con Francia hace un año, era seguido por el Betis. Bueno, pues ya no es seguido, sino que está a la espera de tener dorsal a su nombre.