Tomás García Rodríguez

Doctor en Biología

La Naturaleza en Antonio y Manuel Machado

El poema 'Las Encinas' es en realidad un autorretrato de Antonio Machado

El amor a la naturaleza de Antonio Machado es una pasión necesaria, inconsciente, no para describirla ni utilizarla, pues la lleva en sí mismo y le brota como las lágrimas, la melancolía o el candor. El escueto paisaje castellano es su refugio natural, con su espíritu envuelto en ensoñaciones entre encinas, olmos, álamos o hayas; plantas propias de su dura y querida meseta, sin alharacas, sin flores vistosas, simples en su esplendor, sin fragancia que obnubile, sinceras, sin presunción. La milenaria encina es su referente principal, de tronco grueso y oscuro, con hojas que pinchan pero no agreden, resistente al influjo cambiante del entorno, todo se aprovecha de ella, todo lo ofrece a cambio de nada. El poeta sevillano es un trasunto de la esencia de la adusta encina, rocoso en su sencillez, verdadero y humilde, sin superfluo colorido, bondadoso y sacrificado, aparentemente impasible, embebido en sí mismo, paciente y serio, aunque luminoso en su llama interior.

El poema Las Encinas, incluido en Campos de Castilla, es en realidad un autorretrato de Antonio Machado:"¿Qué tienes tú, negra encina/ campesina,/ con tus ramas sin color/ en el campo sin verdor;/ con tu tronco ceniciento/ sin esbeltez ni altiveza,/ con tu vigor sin tormento,/ y tu humildad que es firmeza?/ En tu copa ancha y redonda/ nada brilla,/ ni tu verdioscura fronda/ ni tu flor verdiamarilla./.../ Brotas derecha o torcida/ con esa humildad que cede/ sólo a la ley de la vida,/ que es vivir como se puede".

Manuel Machado muestra una diferencia primordial en la forma de sentir y de abordar la existencia con relación a su querido hermano, liberando sin rubor su pasión desenfrenada en una búsqueda continua del propio yo, al que quiere conocer, al quiere palpar y no puede atrapar. El mayor de los Machado considera que él mismo posee "el alma de nardo del árabe español", y le fustigan sus sentidos y le fascinan las voluptuosidades del naranjo, el limonero, el nardo, la rosa ardiente, el jazmín, o la fuente que con su canto melodioso anuncia la amanecida tras una noche de vano placer. Todo lo modula en su interior y lo expresa con fuerza, con desesperación, con un sentimiento de pérdida ante la dificultad de abrazar la vida plena, la felicidad y el amor.

El hálito común de los hermanos Machado reposa junto a majestuosas araucarias australianas y eternos ginkgos en la hermosa glorieta que les recuerda en el Parque de María Luisa hispalense. Los dos poetas confluyen sintiendo la levedad del ser humano, su desamparo ante la relatividad de una vida que solo puede culminarse en paz con cariño, comprensión y libertad, pues los sentidos engañan, pero el alma no...

"Árboles, plantas -¡mi campo!-,/ con vuestro secreto inmenso,/ de magníficas latencias/ y de implicaciones lleno,/ acudidme, habladme. Dadme/ aguas, vuestro limpio espejo/ para que yo al fin me vea,/ que he vivido siempre huyendo/ de mí mismo, y ya no sé/ lo que soy ni lo que quiero"(Soledades, Manuel Machado).

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