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'Non reciclo mais'

Se impondrá el modelo nórdico o la versión rancia del 'Cuéntame', que viene a ser lo mismo: el pago por los envases retornables

HE de reconocer, y a estas alturas lo digo casi avergonzado, que hasta hace muy poco he sido un verdadero talibán de la causa ecológica; de abominar de los coches -ese estandarte metalizado del mundo del consumo-, de sonreírme hacia adentro cuando los nuevos catetos hablaban de cilindros, de prestaciones, de aceleraciones; de reciclar todo lo reciclable, de separar las latas de cerveza y de atún de los plásticos, y Éstos de los papeles, por no hablar de los cascos de vidrio, de los tetrabrik de leche... en fin.

Pero no acababa ahí: después venía la faena de caminar con las respectivas bolsas en busca de los correspondientes contenedores amarillos, azules, verdes... A veces había que dar un considerable paseo hasta su localización; en ocasiones me encontraba el hueco porque los habían movido de sitio o porque los habían destrozado, y tenía que andar unos minutos más hasta el siguiente. Pero bien es cierto que, terminado el trabajo, una considerable satisfacción, cercana a la que experimentan los adictos a cualquier sustancia, se apoderaba de mí: "He cumplido mi deber de ciudadano ejemplar".

La desazón, no obstante, llegaba cuando, numerosas veces, veía arrojar al contenedor gris, al de la basura orgánica, plásticos, papeles, botellas, y cuando observaba cómo en los bares y restaurantes, el vidrio y las latas se tiraban también por sistema a la basura común. "¿Estaré haciendo el idiota?", me preguntaba.

La respuesta a la que he llegado es obvia y no volveré a hacer el canelo, permítanme la expresión, hasta que no se imponga (también en esto) el modelo nórdico o la versión rancia del Cuéntame, que al final, y aunque, sorprenda, es lo mismo. Envases de vidrio y latas verdaderamente retornables bajo la única medida que funciona: el pago. Como hacen en Alemania, en Noruega, en otros países, o como ocurría cuando éramos pequeños e íbamos a por leche o vino: el envase cuesta -veinte, treinta céntimos- y sólo en caso de devolución al establecimiento se devuelve el dinero. Sé que terminará aprobándose la correspondiente ley, pero ya estamos tardando.

En Noruega, concretamente, esa ley ha sido ratificada no hace mucho y obliga a cualquier tienda acogida al sistema de devolución -la mayoría- a devolver una corona por cada botellín de cristal, lata o botella pequeña de plástico, y dos coronas y media por cada botella grande (unos treinta céntimos). He visto también máquinas que realizan de manera automática esta operación. Durante años me he comportado como Ned Flanders en asuntos ecológicos. Pero hasta que no cambie el sistema imitaré durante un tiempo a su vecino Homer Simpson. Harto de hacer el bobo.

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